miércoles, 4 de diciembre de 2013

Cine - Crítica

Un poco de tedio francés
por José Tripodero

El amor dura tres años (L'amour dure trois ans)

Dirección: Frédéric Beigdeber 
Guión: Frédéric Beigdeber, Christoph Turpin, Giles Verdani
Fotografía: Yves Cape
Montaje: Stan Collet
Música: Martin Rappenau
Intérpretes: Louise Bourgoin, Gaspar Proust, Joey Starr, Valérie Lemercier
Nacionalidad y año: Francia, Bélgica 2011 Duración: 94'

"El amor dura tres años" dice el protagonista, un crítico literario que da una imagen bastante creíble de un perdedor nato. Ese patetismo que muchos llevan con orgullo y del que hacen un culto, para peor es una característica seductora que ocasionalmente tiene éxito con las mujeres, es lo que convierte a este crítico en un escritor de best sellers. Su libro, que lleva el título del film, plantea una tesis -al menos lo intenta- que el amor tiene un tiempo límite. Esa impresión, que podría ser producto de la calentura por el final de su matrimonio, se amplifica  y provoca que la historia pierda de vista la tesis inicial. El pobre diablo en simultáneo -además de pegar el éxito con su debut- se enamora de una chica que odia la novela por misógina, aunque desconoce que él es el autor porque está publicada bajo un seudónimo.


Que el protagonista rompa la cuarta pared en la primera década del siglo XXI en una búsqueda patética –como su forma de ser- de complicidad con el espectador, que sus amigos sean igual de salames que él, que cada acción iniciada tenga la etiqueta de “fracaso”, que los chistes atrasen varias décadas, que la química entre el chico-chica no funcione ni de casualidad, que el protagonista –además de todo lo mencionado- juegue el rol de “pobrecito yo como me apalean las mujeres con su locura” a lo Adrián Suar en Un novio para mi mujer, que las actuaciones –a excepción de Valérie Lemercier- sean terribles entre otros yerros hacen que una premisa tan simple se transforme en un tedio insufrible. Si en una comedia, que se cree canchera ya desde la idea del amor en términos materiales y limitados en el tiempo, disfrutamos de los pifies del protagonista y además queremos que le vaya mal, es que algo funciona a contracorriente de lo intencionado por el director.


Uno de los argumentos más pobres para ilustrar el amor, entre dos personas como perecedero, es un registro de una entrevista a Charles Bukowski, que aparece antes de los títulos, en la que metaforiza al aire una idea sobre lo efímero que es el amor. El problema no es que esto sea cierto o no, o que no hayan argumentos suficientes para tomar posiciones sino el tono desidioso que atraviesa los diferentes pasajes del film. La intención que tiene el director Frédéric Beigdeber es teñir su comedia de seria, no sólo por el intento legitimador de su propia idea en la cita inicial de Bukowski, sino también por el devenir de su protagonista que parece alcanzar un punto de no retorno, en el que debe ceder y someterse al amor (o a la calentura, que para el tipejo este es lo mismo) sin importar semejante pavada que no sólo no resiste una tesis (más o menos seria) sino tampoco noventa minutos de una película, que encima se cree canchera y divertida. 

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