viernes, 28 de febrero de 2014

Cine - Crítica

El buen homofóbico
por José Tripodero

El club de los desahuciados (Dallas Buyers Club) 

Dirección: Jean-Marc Valleé 
Guión: Craig Borten, Melissa Wallack
Fotografía: Yves Bélanger 
Montaje: Martin Pensa, Jean-Marc Valleé (como John Mac Murphy)
Intérpretes: Matthew McConaughey, Jared Leto, Jennfer Garner, Steve Zahn, Denis O'Hare
Nacionalidad y año: Estados Unidos - 2013 Duración: 117

Es curioso como la historia siempre se las arregla para obnubilar a otros aspectos y rasgos a la hora de analizar una película, especialmente por parte de la crítica. Esta obnubilación se ensancha cuando se trata de una historia “basada en hechos reales”, esa leyenda que se imprime al inicio de un film y marca a fuego la lectura posterior a su visionado. El caso de Dallas Buyers Club (o El club de los deshauciados para la cartelera local) no tiene grandes particularidades como para declararla exenta de esta bolsa de grandes solemninades que pretende escudarse en la representación de sucesos verídicos, como si en el mejor de los casos la correspondencia fidedigna con la realidad se tratase de una cualidad. El cine siempre hizo favoritismo con las historias pertenecientes a otros lenguajes, que han nutrido al más nuevo de la clase -a lo largo del siglo y monedas de su existencia-, y por supuesto las historias reales, especialmente las de “gente común”, se ubican al nivel de las ficticias creadas para la literatura o el teatro. Las historias nacidas para el cine no se ganan el cariño del público tan fácilmente.

Hay muchos puntos atractivos para los adeptos a las historias reales en DBC, en primer lugar por tratarse de un hombre común envuelto en una situación extrema, que tiene un tiempo límite en el que se juega la vida… no, no es un thriller de Liam Neeson, es la historia de un redneck de Texas llamado Ron Woodruff (el ahora raquítico Matthew McConaughey), quien luego de un accidente se entera que es HIV positivo. Otro atributo es la época (fines de los ochenta) que empieza a moldear toda la película y transforma a nuestro "rey del pantano" en un paria. La sociedad texana: machista, ultra católica y conservadora, no se banca que uno de los suyos tenga SIDA, enfermedad (en sus inicios) considerada como exclusivamente un mal de putos, "la peste rosa" o el “castigo divino” contra el pecado de mantener relaciones con alguien del mismo sexo. Woodruff en el mero inicio se “monta” a dos chicas, en un escondite dentro de un rodeo, por una hendija ve como un cowboy (igual a él) cae de su caballo y queda inmóvil en el suelo, corta a: título del film. Esta grosera metáfora de la vida ("moverse" a dos chicas al mismo tiempo) y la muerte (la caída del toro) marca la cancha de una película que pretende succionar los hechos verdaderos más potentes para su fin, distorsionar un poco otros y dejar de lado por completo aquellos que entorpecen completamente el perfil del “héroe”.

Un tercer punto que imanta es el del self made man. El protagonista no sólo supera el plazo de vida estimado por sus médicos sino que logra encontrar su propia cura, en un viaje a México. La cura no es más que una contracara del famoso AZT; droga experimental que el Gobierno aceptó como única para el tratamiento del SIDA, la cual fue probada de ser perjudicial en la mayoría de los pacientes. A partir de este hallazgo Woodruff no busca redención de su vida de maleante de poca monta ni de homofóbico sin filtro sino que entabla una lucha encarnizada contra el Estado, a partir de la creación de su “prepaga” en la que los enfermos como él reciben el tratamiento alternativo al AZT a cambio de unos buenos bucks, es decir el “héroe” provee de meses y hasta años de supervivencia a cambio de dinero, lejos está de ser una cooperativa sin fines de lucro. DBC es, también, un buen caso de capitalismo extremo. Por un lado desde la creación de una empresa que busca satisfacer una demanda impensada (poco tiempo atrás al de los sucesos retratados) y por otro se trata de la lucha del “pequeño hombre” (algo que el cine ha retratado en muchas oportunidades) contra el gran sistema que pretende aplastarlo.

Sí, Matthew McConaughey es el actor del momento (probablemente gane su primer Oscar el domingo) y acá evidencia en cada plano su esfuerzo de treinta kilos bajados para hacer el papel. Sí, hay una búsqueda -también esforzada- por mostrar esta historia como particular, como una mirada lejana al lugar común “del tipo malo al que la vida lo hace cambiar de actitud”, aquí es homofóbico hasta el último de sus días pero tiene buen corazón, defiende a su “amigo” el traba cuando lo ataca otro redneck. Sí, toda la forma de la película está aferrada a la composición visual indie: fotografía sucia, camarita bien pegada a los personajes y planos “algo” raros. A pesar de estas tres supuestas virtudes, DBC no puede esconder el tufillo a telefilm conformado por los peores ingredientes: la lectura aleccionadora de una época y el mensaje del “todo se puede”.   

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