Sin pasión para los héroes
Che: El argentino (The Argentine) de Steven Soderbergh, con: Benicio del Toro, Demian Bichir, Santiago Cabrera y Yul Vázquez.
Benicio del Toro y Steven Soderbergh, mientras filmaban Traffic, compartieron la idea de llevar al cine la historia del Che Guevara. Siete años les llevó convencer a productores de diferentes países para que invirtieran la suma de casi 61 millones de dólares en las dos películas, El argentino y Guerrilla.
En esta primera parte, la dupla gestora del proyecto estableció como premisa no dar ningún paso en falso: llamaron a Jon Lee Anderson (conspicuo biógrafo de Guevara), basaron el guión en los cuadernos del Che y Del Toro viajó a varias ciudades de Latinoamérica para entrevistarse con algunas personas que estuvieron en la revolución cubana.
El argentino tien
e una organización de relato que deambula entre tres períodos de la vida de Guevara: En México, donde conoce a un militante exiliado, Fidel Castro; la parte más victoriosa del Che, en Cuba y por último, ya en los ‘60, su famosa participación en la ONU (célebre discurso incluido) y, además, un reportaje concedido a la televisión estadounidense.
La excesiva búsqueda de objetividad es lo que contamina el film, al que no se puede condenar por malintencionado pero sí por carecer de pasión y de amor, ambas virtudes que los personajes retratados sí poseían. La contradicción subyace en que no puede haber una mirada distanciada, no se puede estar parado en el medio, imperturbable o sin tomar partido.
No es suficiente con exponer a un Guevara asmático, médico, soldado y maestro de los analfabetos. Estos perfiles, innegables, se desgastan gracias a los planos abiertos y neutros de la cámara de Peter Menzies. Sin embargo, el esfuerzo de montaje de Soderbergh es incuestionable, su labor técnica y mental lo llevan a armar un rompecabezas espinoso, no sólo desde lo estrictamente cinematográfico sino también desde lo ideológico y lo político.
La puesta lumínica de Menzies encuentra su esplendor en ese blanco y negro de la Nueva York de los ‘60, por oposición al color de Cuba.
Es ese blanco y negro el que le permite a Del Toro encontrar una mímesis casi perfecta con Guevara, que no tiene que ver con un simple parecido físico sino con un vínculo interno que excede la mera imitación corporal o dialectal. Más cerca de un verde abrillantado que de un verde oliva está la composición de Fidel Castro por parte del mexicano Demian Bichir, quien hace una interpretación histriónica y bufonesca del líder cubano.
Los viajes que propone el relato entre Cuba y la ONU resultan fallidos, la oscilación entre los periodos sólo sirve para ostentar el virtuosismo de un realizador como Soderbergh, no contribuye a crear el perfil de un Guevara que ha evolucionado entre dos etapas fundamentales, la lucha armada y la lucha diplomática.
Soderbergh toca un buen piano pero mal afinado y ya desde los primeros acordes, los primeros minutos de película, nos percatamos de las claras disonancias. Si hablamos de música, no se puede excusar a la banda sonora compuesta por el español Alberto Iglesias, la desarmonía de su música parece más apropiada para un thriller urbano que para un film biográfico.
La primera mitad de este díptico es áspera y apática, con más puntos oscuros que claros, la comunión entre objetividad y la transmisión de sentimientos es casi nula, lo que deja un panorama desalentador para la segunda parte, máxime porque la segunda mitad trata la caída del Che Guevara en Bolivia.
La periodista Lisa Howard le pregunta al Che: "¿Qué es lo más importante de una revolución?" y la respuesta es: "El amor". Y es precisamente este principio de lo que carece la película, lo que la convierte en una enorme contradicción, casi imperdonable.
Che: El argentino (The Argentine) de Steven Soderbergh, con: Benicio del Toro, Demian Bichir, Santiago Cabrera y Yul Vázquez.
Benicio del Toro y Steven Soderbergh, mientras filmaban Traffic, compartieron la idea de llevar al cine la historia del Che Guevara. Siete años les llevó convencer a productores de diferentes países para que invirtieran la suma de casi 61 millones de dólares en las dos películas, El argentino y Guerrilla.
En esta primera parte, la dupla gestora del proyecto estableció como premisa no dar ningún paso en falso: llamaron a Jon Lee Anderson (conspicuo biógrafo de Guevara), basaron el guión en los cuadernos del Che y Del Toro viajó a varias ciudades de Latinoamérica para entrevistarse con algunas personas que estuvieron en la revolución cubana.
El argentino tien
e una organización de relato que deambula entre tres períodos de la vida de Guevara: En México, donde conoce a un militante exiliado, Fidel Castro; la parte más victoriosa del Che, en Cuba y por último, ya en los ‘60, su famosa participación en la ONU (célebre discurso incluido) y, además, un reportaje concedido a la televisión estadounidense.La excesiva búsqueda de objetividad es lo que contamina el film, al que no se puede condenar por malintencionado pero sí por carecer de pasión y de amor, ambas virtudes que los personajes retratados sí poseían. La contradicción subyace en que no puede haber una mirada distanciada, no se puede estar parado en el medio, imperturbable o sin tomar partido.
No es suficiente con exponer a un Guevara asmático, médico, soldado y maestro de los analfabetos. Estos perfiles, innegables, se desgastan gracias a los planos abiertos y neutros de la cámara de Peter Menzies. Sin embargo, el esfuerzo de montaje de Soderbergh es incuestionable, su labor técnica y mental lo llevan a armar un rompecabezas espinoso, no sólo desde lo estrictamente cinematográfico sino también desde lo ideológico y lo político.
La puesta lumínica de Menzies encuentra su esplendor en ese blanco y negro de la Nueva York de los ‘60, por oposición al color de Cuba.
Es ese blanco y negro el que le permite a Del Toro encontrar una mímesis casi perfecta con Guevara, que no tiene que ver con un simple parecido físico sino con un vínculo interno que excede la mera imitación corporal o dialectal. Más cerca de un verde abrillantado que de un verde oliva está la composición de Fidel Castro por parte del mexicano Demian Bichir, quien hace una interpretación histriónica y bufonesca del líder cubano.
Los viajes que propone el relato entre Cuba y la ONU resultan fallidos, la oscilación entre los periodos sólo sirve para ostentar el virtuosismo de un realizador como Soderbergh, no contribuye a crear el perfil de un Guevara que ha evolucionado entre dos etapas fundamentales, la lucha armada y la lucha diplomática.
Soderbergh toca un buen piano pero mal afinado y ya desde los primeros acordes, los primeros minutos de película, nos percatamos de las claras disonancias. Si hablamos de música, no se puede excusar a la banda sonora compuesta por el español Alberto Iglesias, la desarmonía de su música parece más apropiada para un thriller urbano que para un film biográfico.
La primera mitad de este díptico es áspera y apática, con más puntos oscuros que claros, la comunión entre objetividad y la transmisión de sentimientos es casi nula, lo que deja un panorama desalentador para la segunda parte, máxime porque la segunda mitad trata la caída del Che Guevara en Bolivia.
La periodista Lisa Howard le pregunta al Che: "¿Qué es lo más importante de una revolución?" y la respuesta es: "El amor". Y es precisamente este principio de lo que carece la película, lo que la convierte en una enorme contradicción, casi imperdonable.
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