La revolución muerta
Marat- Sade de Peter Weiss versión de Villanueva Cosse y Nicolás Costa con Lorenzo Quinteros, Luis Longhi, Agustín Ritano y elenco.
El teatro dentro del teatro es el medio para plantear la batalla dialéctica entre dos personajes pocos años después de la revolución francesa. Esos dos personajes son nada menos que el Marqués de Sade y Jean Paul Marat.
Esta versión de Villanueva Cosse sobre la obra de Peter Weiss conserva su espíritu abrumador y grandilocuente, sostenido por un nervio dialéctico que motoriza la obra por medio de personajes carismáticos y singulares. La obra, que es una representación dentro de otra, comienza con una larga introducción a cargo del relator de la escenificación de la pieza que Sade monta en el manicomio de Charenton. Desde ese entonces el destino de esta locomotora reflexiva desde lo histórico, humano y social es incierto.
Quien piense que el protagonista de la obra es el Marqués de Sade se encontrará con un personaje que juega, de alguna manera, el papel de un director, quien interviene en momentos precisos con parlamentos reflexivos. El relator, interpretado por Luis Longhi, es uno de los personajes que resulta por momentos, excesivamente histriónico y quizá lo sea, por el contraste que surge con otros personajes, como,
por ejemplo con el Sade compuesto por Lorenzo Quinteros. Extrañamente, en otras interpretaciones que no lo ameritaban, a Quinteros se lo vio sobreactuado y desproporcionadamente pasado de revoluciones.
El argumento de la obra de Sade hace foco en los años post - revolución francesa y en el asesinato de Jean Paul Marat. Precisamente en los derivados de estos dos acontecimientos se sitúa el poder discursivo, tanto del Marqués (puesto en boca de los locos que interpretan diferentes papeles) como también del propio Marat. El escritor, uno de los ideólogos de la revolución, es la voz de la razón y la elocuencia, en cambio Sade es la pasión y la sangre humana, ambos expelen a borbotones las ideas, los impulsos y los sentimientos que representan a si mismos.
En el parlamento que resume la obra, Sade le dice a Marat: “Cómo se puede abogar por una patria cuando los intereses de cada una de las clases sociales son diferentes" y lo sentencia con la frase “la revolución muerta”. ¿Cuánto de cierto y cuanto de verdad hay en este discurso? Lo podemos ver claramente, por ejemplo, en la lucha actual de los "gauchocratas campestres" con el Gobierno Nacional, histórica por cierto.
En un espacio escenográfico austero pero eficiente en cuanto a la reproducción, los personajes se desenvuelven y transitan todo el escenario de manera incesante durante más de dos horas en una clara demostración de destreza teatral. Es evidente que Villanueva Cosse era el nombre apropiado para encargarse de la dirección de una versión de tamaña pieza teatral.
Inseparablemente, como si fueran el bien y el mal, las dos voces principales fluctúan entre la locura y la razón como estados indisolubles de la mente humana. La obra es una puesta que busca dejar al espectador en una disyuntiva, sobre la cual, en principio no parece haber una postura que prevalezca. El ideal revolucionario de Marat, a pocos años de la revolución, ya parecía lejano, mientras que las ideas de Sade tomarían vigor y forma en un mundo cada vez más injusto, que a lo largo de los siglos le dan cada vez más razón al nihilismo del marqués.
Marat- Sade de Peter Weiss versión de Villanueva Cosse y Nicolás Costa con Lorenzo Quinteros, Luis Longhi, Agustín Ritano y elenco.
El teatro dentro del teatro es el medio para plantear la batalla dialéctica entre dos personajes pocos años después de la revolución francesa. Esos dos personajes son nada menos que el Marqués de Sade y Jean Paul Marat.
Esta versión de Villanueva Cosse sobre la obra de Peter Weiss conserva su espíritu abrumador y grandilocuente, sostenido por un nervio dialéctico que motoriza la obra por medio de personajes carismáticos y singulares. La obra, que es una representación dentro de otra, comienza con una larga introducción a cargo del relator de la escenificación de la pieza que Sade monta en el manicomio de Charenton. Desde ese entonces el destino de esta locomotora reflexiva desde lo histórico, humano y social es incierto.
Quien piense que el protagonista de la obra es el Marqués de Sade se encontrará con un personaje que juega, de alguna manera, el papel de un director, quien interviene en momentos precisos con parlamentos reflexivos. El relator, interpretado por Luis Longhi, es uno de los personajes que resulta por momentos, excesivamente histriónico y quizá lo sea, por el contraste que surge con otros personajes, como,
por ejemplo con el Sade compuesto por Lorenzo Quinteros. Extrañamente, en otras interpretaciones que no lo ameritaban, a Quinteros se lo vio sobreactuado y desproporcionadamente pasado de revoluciones.El argumento de la obra de Sade hace foco en los años post - revolución francesa y en el asesinato de Jean Paul Marat. Precisamente en los derivados de estos dos acontecimientos se sitúa el poder discursivo, tanto del Marqués (puesto en boca de los locos que interpretan diferentes papeles) como también del propio Marat. El escritor, uno de los ideólogos de la revolución, es la voz de la razón y la elocuencia, en cambio Sade es la pasión y la sangre humana, ambos expelen a borbotones las ideas, los impulsos y los sentimientos que representan a si mismos.
En el parlamento que resume la obra, Sade le dice a Marat: “Cómo se puede abogar por una patria cuando los intereses de cada una de las clases sociales son diferentes" y lo sentencia con la frase “la revolución muerta”. ¿Cuánto de cierto y cuanto de verdad hay en este discurso? Lo podemos ver claramente, por ejemplo, en la lucha actual de los "gauchocratas campestres" con el Gobierno Nacional, histórica por cierto.
En un espacio escenográfico austero pero eficiente en cuanto a la reproducción, los personajes se desenvuelven y transitan todo el escenario de manera incesante durante más de dos horas en una clara demostración de destreza teatral. Es evidente que Villanueva Cosse era el nombre apropiado para encargarse de la dirección de una versión de tamaña pieza teatral.
Inseparablemente, como si fueran el bien y el mal, las dos voces principales fluctúan entre la locura y la razón como estados indisolubles de la mente humana. La obra es una puesta que busca dejar al espectador en una disyuntiva, sobre la cual, en principio no parece haber una postura que prevalezca. El ideal revolucionario de Marat, a pocos años de la revolución, ya parecía lejano, mientras que las ideas de Sade tomarían vigor y forma en un mundo cada vez más injusto, que a lo largo de los siglos le dan cada vez más razón al nihilismo del marqués.
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