Sueños robados
El origen (Inception) de Christopher Nolan con Leonardo Di Caprio, Ken Watanabe, Joseph Gordon-Levitt, Ellen Page y Marion Cotillard.
Christopher Nolan se ha convertido en el poseedor de cheques en blanco dentro del sistema industrial hollywoodense, capaz de construir un hibrido narrativo original y pochoclero a la vez. El director viene en una escala de prestigio, dado por sus últimas obras y especialmente por El caballero de la noche, obra consagratoria en la filmografía del inglés. Es muy probable que, sin el éxito de su film anterior, El origen hubiera sufrido más obstáculos hasta llegar a ser película. Las expectativas sobre el film no sólo se reducen a la presencia de Nolan y de Di Caprio, tras y frente a las cámaras respectivamente, sino también a un tratamiento conceptual sobre los sueños, tema recurrente en el cine, para muchos el dispositivo más cercano de retratar algo parecido a un sueño. Incluso los ejercicios psicológicos latentes condicionan a ciertos espectadores, que aguardan ver un despliegue narrativo y visual sobre el mundo de los sueños y del inconciente.
Para quitar todas las envolturas a las que fue sometida esta película, habría que decir que El origen es ante todo un ejemplo del subgénero robos, lo que los ingleses llaman heist film. Aquellas historias en las que un magnifico plan es elaborado para hacerse de algo preciado pero a la vez es casi imposible de robar. Di Caprio (Cobb) es un mercenario, que ha desarrollado un sistema para meterse en los sueños de los CEOs, de los competidores para los que él es contratado, y así obtener valiosa información. Un último trabajo, por el que recibirá algo más que dinero, le generará un desafío no sólo tecnológico sino también moral: no robar una idea sino implantarla.
Cobb es un moderno Jim Phelps, cerebro y líder de un equipo que funciona, en cada uno de sus integrantes, al mejor estilo Misión: Imposible. El armado tridimensional del personaje de Cobb permite que todo aquello que parece lineal no sea tal, sus miedos y traumas escondidos en lo más profundo pueden surgir y traer como consecuencia un riesgo letal al resto de sus compañeros.
Nolan se desentiende del axioma que dice que es mejor partir de lugares comunes y construye un primer acto avasallante y desmesurado, en el que parece no importarle el enunciatario, con el que se amigará en la mitad de la historia.
La presentación de los tres niveles del sueño no necesita mayor explicación que el desencadenamiento de las situaciones dramáticas, aunque en el largo segundo acto en el cual el protagonista, como voz del autor, explica a un integrante del equipo (pero con dirección al público) cada paso que da a través de largos diálogos, enciende la primera alarma y es una contradicción con el prometedor inicio. En el último acto, la historia abre el sobretodo y desnuda una g
ran cantidad de intertextualidades, citas e influencias narrativas y
estilísticas. La larga e interminable persecución en la nieve hasta ese gran hospital recuerda a Al servicio secreto de su majestad, incluso también a una secuencia corta y efectiva de Duro de matar 2. En esta última curva narrativa, el trabajo de un montaje paralelo por triplicado exacerba la adrenalina de las situaciones en las que convergen todo el arco dramático de la historia, una condensación temática casi quirúrgica. De la multiplicidad de resoluciones, el director de Memento elige quedarse con la más amable, amena y reconfortante para la gravedad de sucesos moralmente cuestionables, que apenas son un puñado.
Cabe preguntarse, hasta que punto Nolan decidió hacer un film sobre la complejidad de los sueños o simplemente tomó un concepto para narrar un híbrido: el film de robos mezclado con el sci – fi hi tech para crear un mundo de realidades alternativas o virtuales. Sería injusto reclamarle al autor-director la cimentación de un laberinto onírico similar al de la obras de Lynch o Fellini, porque la construcción en El origen se posa en la resignificación de las características de un subgénero, al con elementos estéticos que brinda la ciencia – ficción.
Sin la oscuridad de El caballero de la noche y el vuelo organizacional de relato de Memento, El origen es una resignificación de los mejores films, especialmente ingleses, de asaltos y planes elaborados hasta el último detalle para dar con un golpe, acá no hay dinero ni elementos tangibles en juego sino algo mucho más poderoso: la mente, que es la caja fuerte y las ideas que son los bienes, porque como dice Nolan, en boca de su protagonista, “la idea es el virus más peligroso”.
El origen (Inception) de Christopher Nolan con Leonardo Di Caprio, Ken Watanabe, Joseph Gordon-Levitt, Ellen Page y Marion Cotillard.
Christopher Nolan se ha convertido en el poseedor de cheques en blanco dentro del sistema industrial hollywoodense, capaz de construir un hibrido narrativo original y pochoclero a la vez. El director viene en una escala de prestigio, dado por sus últimas obras y especialmente por El caballero de la noche, obra consagratoria en la filmografía del inglés. Es muy probable que, sin el éxito de su film anterior, El origen hubiera sufrido más obstáculos hasta llegar a ser película. Las expectativas sobre el film no sólo se reducen a la presencia de Nolan y de Di Caprio, tras y frente a las cámaras respectivamente, sino también a un tratamiento conceptual sobre los sueños, tema recurrente en el cine, para muchos el dispositivo más cercano de retratar algo parecido a un sueño. Incluso los ejercicios psicológicos latentes condicionan a ciertos espectadores, que aguardan ver un despliegue narrativo y visual sobre el mundo de los sueños y del inconciente.

Para quitar todas las envolturas a las que fue sometida esta película, habría que decir que El origen es ante todo un ejemplo del subgénero robos, lo que los ingleses llaman heist film. Aquellas historias en las que un magnifico plan es elaborado para hacerse de algo preciado pero a la vez es casi imposible de robar. Di Caprio (Cobb) es un mercenario, que ha desarrollado un sistema para meterse en los sueños de los CEOs, de los competidores para los que él es contratado, y así obtener valiosa información. Un último trabajo, por el que recibirá algo más que dinero, le generará un desafío no sólo tecnológico sino también moral: no robar una idea sino implantarla.
Cobb es un moderno Jim Phelps, cerebro y líder de un equipo que funciona, en cada uno de sus integrantes, al mejor estilo Misión: Imposible. El armado tridimensional del personaje de Cobb permite que todo aquello que parece lineal no sea tal, sus miedos y traumas escondidos en lo más profundo pueden surgir y traer como consecuencia un riesgo letal al resto de sus compañeros.
Nolan se desentiende del axioma que dice que es mejor partir de lugares comunes y construye un primer acto avasallante y desmesurado, en el que parece no importarle el enunciatario, con el que se amigará en la mitad de la historia.
La presentación de los tres niveles del sueño no necesita mayor explicación que el desencadenamiento de las situaciones dramáticas, aunque en el largo segundo acto en el cual el protagonista, como voz del autor, explica a un integrante del equipo (pero con dirección al público) cada paso que da a través de largos diálogos, enciende la primera alarma y es una contradicción con el prometedor inicio. En el último acto, la historia abre el sobretodo y desnuda una g
ran cantidad de intertextualidades, citas e influencias narrativas y
estilísticas. La larga e interminable persecución en la nieve hasta ese gran hospital recuerda a Al servicio secreto de su majestad, incluso también a una secuencia corta y efectiva de Duro de matar 2. En esta última curva narrativa, el trabajo de un montaje paralelo por triplicado exacerba la adrenalina de las situaciones en las que convergen todo el arco dramático de la historia, una condensación temática casi quirúrgica. De la multiplicidad de resoluciones, el director de Memento elige quedarse con la más amable, amena y reconfortante para la gravedad de sucesos moralmente cuestionables, que apenas son un puñado.Cabe preguntarse, hasta que punto Nolan decidió hacer un film sobre la complejidad de los sueños o simplemente tomó un concepto para narrar un híbrido: el film de robos mezclado con el sci – fi hi tech para crear un mundo de realidades alternativas o virtuales. Sería injusto reclamarle al autor-director la cimentación de un laberinto onírico similar al de la obras de Lynch o Fellini, porque la construcción en El origen se posa en la resignificación de las características de un subgénero, al con elementos estéticos que brinda la ciencia – ficción.
Sin la oscuridad de El caballero de la noche y el vuelo organizacional de relato de Memento, El origen es una resignificación de los mejores films, especialmente ingleses, de asaltos y planes elaborados hasta el último detalle para dar con un golpe, acá no hay dinero ni elementos tangibles en juego sino algo mucho más poderoso: la mente, que es la caja fuerte y las ideas que son los bienes, porque como dice Nolan, en boca de su protagonista, “la idea es el virus más peligroso”.
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