miércoles, 25 de enero de 2012

Crítica - Cine

Perseguidor público, perseguido privado


J. Edgar (J. Edgar)

Luego del policial Deuda de sangre (2002) Clint Eastwood ha entrado en una etapa de experimentación en su cine, no porque haya trastocado los elementos del lenguaje cinematográfico sino porque los temas que ha abordado desde entonces no se articulan con sus films anteriores. Se interesó por tratar de entender un pasaje crucial en la vida de Nelson Mandela, leyenda política del siglo XX, o por revisar ciertos postulados icónicos como la foto de la batalla de Iwo Jima en la Segunda Guerra Mundial y hacer al mismo tiempo dos visiones sobre lo que significó una simple imagen, con La conquista del honor y Cartas de Iwo Jima, una película hablada enteramente en japonés, es decir volviendo en la historia. Es de esta manera en la que Eastwood imprime en cada film, desde hace 10 años, una necesidad de entender parte de esa historia que él ha vivido. Su interés no radica en pasar revista de los hechos ni en pinchar con el tenedor acusador del paso del tiempo, por eso es que no vemos una sola fecha o lugar impreso en J. Edgar o vemos muy poco de audiencias y escuchamos mucho menos de hechos objetivamente históricos, así y todo, el film atraviesa gran parte de la historia estadounidense desde 1920 hasta principios de la década de 1970.

Lo brillante de J. Edgar está en la complejidad de sus dimensiones, dividida en dos: lo público y lo privado. En la primera esfera, Hoover no sólo batalla contra los maleantes, los funcionarios que le impiden crear un organismo de seguridad con armas para sus agentes sino también contra la opinión pública. La gente prefiere ver a los gansters logrando sus objetivos por eso es que Hoover es abucheado cuando aparece en los spots de los cines. La primera de las luchas del paladín es contra el comunismo supuestamente avasallador, primera conexión con el mundo actual y que él sufrió cuando el arrogante Robert Kennedy, todavía fiscal general, le dice "ya no estamos en los 20". Hoover decide contar su propia historia, con sus propias palabras, para ello Eastwood recurre a un uso ingenioso de la voz en off, las entradas al pasado se suceden casi siempre luego de las palabras del creador del FBI. Todo ese Xanadú de Hoover fue parte de un proceso arduo y construido peldaño a peldaño pero que tenían como único fin obtener los recursos necesarios para agigantar aún más su gran poder de control, hasta sus acciones más nobles escondieron intenciones y puentes para alcanzar metas más personales.

La esfera de lo privado, lo más interesante y complejo de su vida, es aquello que paradójicamente permaneció oculto y de la que hoy sólo se conocen retazos. No hay grandes escenas dialécticas de juicios o audiencias sino que los momentos perfectos son los privados, los que entrecruzan a Hoover y a Tolson, su fiel ladero y amante silencioso, al que Hoover contrata sin que tenga las facultades necesarias según su estricta lista de requerimientos para formar parte de la primera camada de agentes. Este quiebre de reglas internas tiene el propósito de suplir en sí mismo sus propias falencias con elementos externos y superficiales. En su primer día, Tolson lleva a Hoover a comprar sacos refinados hechos a medida, allí en ese negocio de ropa nace el nombre y el punto cero de la historia, cuando la cámara hace un acercamiento a la firma: J. Edgar, "el nombre con el que me llama mi madre", dice. La relación con Tolson crece en lealtad, éxitos medianos en el buró y algunos traspiés judiciales. Puertas adentro, el vínculo está reprimido, el amor debe ser escondido y Hoover debe jugar su juego a la fuerza. Sus confesiones a Tolson que "es hora que haya una señora Hoover" y además, haber pasado un momento íntimo con una mujer, desatan la ira del ladero que hasta se anima a golpearlo y a besarlo con violencia. En esa escena cargada de sentimientos encontrados, Eastwood expone la complejidad de un hombre solitario por voluntad propia, narcisista al punto de arrastrar a su mejor -y único- amigo a una relación enferma que le es imposible de romper, principalmente porque hay amor y lealtad inconmensurable. Parte de esa represión tiene germen en la madre Hoover, quien crió a su hijo como su hijo llevó adelante la seguridad de la nación por más de cuarenta años.

Los saltos de un presente, en el que Hoover relata y dicta su historia a un asistente, hacia el pasado de las andanzas y los logros son resueltos con un frenetismo inusitado en Eastwood. A partir de un montaje casi lúdico que se aprecia claramente en la escena del ascensor en la que vemos entrar al par de viejos Hoover y Tolson y los que salen son los mismos pero en versión joven. También en ese divertimento tan bajo y vulgar, que el pobre Tolson tiene que soportar, que son las salidas al hipódromo al que tanto le gusta ir a Hoover, sabiendo que aunque pierda le pagan el premio. Ese desmarque de lo habitual o de lo esperable en Eastwood, es lo que armoniza esta historia librada a un prejuzgamiento presumiblemente generalizado de tedio. J. Edgar es una oda al manierismo narrativo, es una superación dramática permanente en la entrada de hechos privados o públicos a partir de una multiplicidad de recursos, muy finos algunos, muy evidentes otros. Otros de los grandes aciertos del film está en la agudeza para eludir la visión paranoica irritante, como le sucedía al Howard Hughes de Scorsese, y en la distancia prudente que marca con el espectador, es decir Hoover no era uno más ni mucho menos uno de los nuestros.

Este tour de force de Leonardo Di Caprio resulta por momentos conmovedor, por ejemplo en esa panza prominente desnuda del Hoover acabado o en ese beso en la frente arrugada y escamada de Tolson, que pretende ser reparador de algo que ni siquiera fue, porque la represión prevaleció en todos los ámbitos como estilo de vida, no sólo en lo sexual. Un estilo que Eastwood no pretende exhibir en medias tintas ni con dedos acusadores, deja a la criatura deconstruir su propia ficción a lo largo de medio siglo, sin usar sus pistolas de cowboy o de policía fascista, lo que hace es a través de cierto aire moderno entretejer una biografía manierista opaca, por sus operaciones formales y además sincera por su buen gusto y respeto a la privacidad de alguien que nunca valoró ni lo público ni lo privado. 


Dirección: Clint Eastwood
Guión: Dustin Lance Black
Fotografía: Tom Stern
Edición: Joel Cox, Gary Roach 
Música: Clint Eastwood
Interpretes: Leonardo Di Caprio, Naomi Watts, Armie Hammer y Judi Dench
Nacionalidad y año: EE.UU. - 2011
Duración: 137 minutos

Trailer

No hay comentarios: