jueves, 20 de junio de 2013

Cine - Crítica

Atando cabos
por José Tripodero

Guerra mundial Z (World War Z)

Dirección: Marc Foster
Guión: Matthew Carnahan, Drew Goddard, Damon Lindelof sobre una novela de Max Brooks
Fotografía: Ben Seresin
Montaje: Roger Barton, Matt Cheese
Música: Marco Beltrami
Intérpretes: Brad Pitt, Mireille Enos, Daniella Kerstesz, Fana Mokoena  
Nacionalidad y año: EE.UU., Malta - 2013 Duración: 116' 

El universo zombi parece ser de los más deglutidos, regurgitados y revisitados a más no poder, sin embargo el éxito de esta empresa -que vuelve sobre el tema- dirigida por el medio pelo Marc Forster radica en dos cuestiones principales. En primer lugar, la perspectiva; el lugar desde el cual se posa la historia y ese es el de descubrir las causas del brote de una pandemia que se propagó en tiempo récord y, además, arribar a una cura inmediata. El género siempre halló comodidad en las historias sobre pequeños grupos de resistencia, casi desconectados del mundo a excepción de transmisiones radiales o televisas de emergencia, las cuales operaban como la descripción de un fuera de campo inmenso. De alguna manera “el cómo” –que es lo fundamental cuando se trabaja con géneros- se conecta con la segunda cuestión, que es la de la globalización. Este factor, que además de ser marketinero cinematográficamente, también propone un aroma a novedad por tratar de amplificar los focos de desastre, ya que el protagonista Gerry Lane (Brad “carisma” Pitt) un “investigador” de la ONU debe recorrer medio mundo para hallar al paciente cero y así una esperanza para detener el exterminio.


Guerra Mundial Z, a pesar de las cuestiones principales mencionadas que le dan un aire fresco al género, descansa en la acción, la aventura e incluso en el thriller. El terror aparece edulcorado, hay mucho plano corto en las escenas de mayor tensión y un escaso gore, a contracorriente de lo que es una de las marcas más evidente en el cine zombi. Esta decisión tiene una sola finalidad y es atraer a un público masivo que no esté condicionado por la calificación. Esta estrategia, que salpica de manera directa a los aspectos artísticos, está encadenada al factor global de darle la bienvenida a la mayor cantidad de países posibles. Así también funciona el relato, se encadenan los eslabones dramáticos como en un film de espías que gira alrededor del mundo, cada parada tiene una razón de ser para poder ensamblar todas las piezas del conflicto. La segunda escala, en Israel, es la de la meseta porque el protagonista sólo encuentra allí una solución que resulta provisoria, la de la construcción de muros para impedir el avance de los infectados. Las múltiples lecturas sobre esta idea cuasi racista pueden hacerse sin la necesidad de ver el film. El desmadre de tal pavada (narrativa) fue la que el estudio usó para vender el film  como si se tratara de la segunda parte de La caída del Halcón Negro, a través de uno de los trailers que incluía una serie de planos de helicópteros y tiros a mansalva. Pero esta película es así, es un poco de todo y de la ensalada genérica se rescata un entretenimiento casi retro, en el que se maneja el tiempo de la imagen y no la alteración de ella para desnudar los instrumentos compositivos. Si bien los planos generales de hordas de zombis y ciudades prendidas fuego tienen una gestación digital, la presencia de esos elementos no conduce a un descreimiento de la imagen, sino todo lo contrario.

Hacia el final se recurre al concepto de encierro (otra característica del género con la que se coqueteó) pero en clave thriller: el tiempo apremia y las chances para encontrar la cura son pocas. Más allá de ciertos cuestionamientos sobre la movilidad inusitada que tienen estos infectados, la idea de una epidemia es más fuerte que la de muertos que reviven para comerse a los vivos. Dentro de este universo apocalíptico que ha sabido construir un verosímil particular en diferentes lenguajes (cine, TV, literatura, comics), el desenlace de Guerra mundial Z se aloja en un sentido realista en conjunción con la fotografía y el tratamiento serio, que hace recordar a la reciente Contagio de Steven Soderbergh. Licencias indecorosas relacionadas con el nacimiento de un mal (ya sea una pandemia, terroristas o movimientos políticos), que siempre tiene lugar en el tercer mundo aunque los únicos capaces de resolverlo (o aniquilarlo) están en occidente, confabulan con el dinamismo y ese olorcito a cine de los 90 que rodea a este film plagado de problemas en su producción pero que muy poco se evidencian en su resultado final.

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