Es una comedia generacional, maestro
por José Tripodero
por José Tripodero
Dirección: Sebastián De Caro
Guión: Sebastián Rotstein
Fotografía: Mariano Suárez
Montaje: Andrés Tambornino
Música: Cosmo
Intérpretes: Walter Córnas, Carla Quevedo, Gastón Pauls, Alan Sabbagh y Eduardo Blanco
Nacionalidad y año: Argentina, 2013 Duración: 90'
Sí, chico-conoce-chica,
fórmula estrujada y manoseada por muchos. No, no es este el caso del nuevo film
de Sebastián De Caro, que se las rebusca para serpentear algunos lugares comunes del género comedia romántica, y logra, también, imprimirle su identidad a aquellos de los que no puede escapar. Como
(casi) siempre, el chico –Juan- viene de malas y luego de tocar una especie de
fondo necesita volver al ruedo, conectarse con una parte descuidada de su vida
social (sus amigos) pero, lo más importante, necesita poco a poco llegar a conocer a alguien en el amor.
De Caro nutre cada parte
estructural de su película de su mejor feature:
las anécdotas. Cada una de ellas tiene el tinte freak, cinéfilo e intertextual
de la cultura pop. Hay citas a Rocky,
Volver al Futuro más pósters por doquier y otros tantos libros como de Pin Ups o best sellers de Wilbur Smith. Por
esta impronta personal es que la balanza se inclina para el lado de la comedia
generacional, en la misma línea que la relativamente reciente pero olvidable Días de vinilo. La idea de un tiempo
pasado mejor está representado en el recuerdo de Juan y sus amigotes pos
treinta (Alan Sabbagh, Clemente Cancela y Alberto Rojas Apel) sobre películas y
videojuegos antiquísimos mientras comen pizza en una plaza pero la historia no
se queda en retratar la lucha por no crecer en clave patética, no se ríe de sus personajes sino con ellos. Juan
y su mejor amigo, Goldstein (Gastón Pauls en modo fumón), sufren más que los
otros compinches las frustraciones amorosas. El primero encuentra una salida en
su monocromático trabajo, encarnada por una compañera de trabajo naïve, fresca
y joven llamada Luciana (Carla Quevedo), que parece estar en un estado
constante de éxtasis. Como todo antihéroe amoroso –muy de moda en estos tiempos
especialmente en el cine indie estadounidense- se tironea entre su banda de
amigos, que creen “recuperarlo” luego de la separación, y la posibilidad del
retorno a una estabilidad.
20000 besos abusa por momentos de la pose canchera de Juan, posiblemente por tratarse de un alter ego muy transparente del director, que Walter Cornás (de la “compañía” Farsa Producciones) no logra sostener en un tono actoral excesivamente neutro. El mayor logro está en el recorte, avanzado el relato De Caro tiene que elegir y lo pone a Juan por la senda de su amigo Goldstein. El más serio, a pesar de su apariencia, para hablar de temas serios; qué movimientos accionar para alcanzar un objetivo y que, sus otros amigotes no pueden más que darle esa “magia”, que se menciona un par de veces, es decir una salida divertida –pero limitada- a la malaria emocional La secuencia del show de stand up -de la guarra amante ocasional del protagonista- es la autocrítica sintética de la mirada sobre esos “adultescentes”, que no quieren crecer y que se regodean en la nostalgia inmediata, esa que surge por asociación sobre cualquier tema. La austeridad de la puesta en escena, los pocos tiempos muertos, la música al tono de Cosmo y la mirada particular sobre un tema demuestran, aquí, que el género –no importa cual- no es una causa perdida para el Cine Argentino.
20000 besos abusa por momentos de la pose canchera de Juan, posiblemente por tratarse de un alter ego muy transparente del director, que Walter Cornás (de la “compañía” Farsa Producciones) no logra sostener en un tono actoral excesivamente neutro. El mayor logro está en el recorte, avanzado el relato De Caro tiene que elegir y lo pone a Juan por la senda de su amigo Goldstein. El más serio, a pesar de su apariencia, para hablar de temas serios; qué movimientos accionar para alcanzar un objetivo y que, sus otros amigotes no pueden más que darle esa “magia”, que se menciona un par de veces, es decir una salida divertida –pero limitada- a la malaria emocional La secuencia del show de stand up -de la guarra amante ocasional del protagonista- es la autocrítica sintética de la mirada sobre esos “adultescentes”, que no quieren crecer y que se regodean en la nostalgia inmediata, esa que surge por asociación sobre cualquier tema. La austeridad de la puesta en escena, los pocos tiempos muertos, la música al tono de Cosmo y la mirada particular sobre un tema demuestran, aquí, que el género –no importa cual- no es una causa perdida para el Cine Argentino.
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