El porno tan temido
por José Tripodero
Dirección y Guión: Joseph Gordon-Levitt
Fotografía: Thomas Kloss
Montaje: Lauren Zuckerman
Música: Nathan Johnson
Intérpretes: Joseph Gordon-Levitt, Scarlett Johansson, Julianne Moore, Tony Danza
Nacionalidad y año: Estados Unidos, 2013 Duración: 90'
Parecía que el mayor mérito de
esta ópera prima de Joseph Gordon Levitt era la de quitarle el halo de gravedad
a la idea de masturbarse, que impuso la infame Shame del sobrevaloradísimo Steve McQueen. Lo que sí hay, a pesar
de esa mirada menos ponzoñosa sobre la autosatisfacción sexual, es algo de
hipocresía, al poner al protagonista, Jon (Gordon-Levitt) como un hombre que
siente -como parte de una rutina bien delineada- la necesidad de confesarse en
la Iglesia por tales actos impúdicos; no sólo masturbarse sino también tener sexo ocasional. Hay una
estrategia en esa rutina al establecer planos para cada acción del
protagonista, que funciona como engranaje del relato; el primer plano frontal
para las confesiones en la Iglesia, el plano general levemente contrapicado
para el gimnasio, el plano cenital para cuando tiende la cama todas las mañanas
(no es gratuita “la mirada de Dios” en esos casos), el plano de falsa subjetiva
del lado del acompañante cuando maneja, el plano detalle del cursor en el botón
de play en un video, etc.
La resignificación sobre el porno
y la masturbación se da paulatinamente; lo que aparecía dentro de un marco de
incorrección política se subvierte a un cuestionamiento serio, a un tratamiento
sobre la adicción en términos de un peligro. Cuando el protagonista parece
“sentar cabeza” al conocer a una rubia despampanante (Scarlett Johanson), a la
que le promete no mirar porno. En esa promesa comienza el proceso de transformación,
que lo lleva a mirar videos a las escondidas a través de su teléfono celular y,
luego, especialmente a contemplar culposamente unos segundos su laptop antes de
abrirla y sumergirse en los vídeos, un verdadero acento feroz del cambio. La
confirmación de un proceso de cambio gradual se da en la voz en off, torpe en
términos retóricos, cuando Jon dice para auto convencerse que no es un adicto,
que no está consumiendo heroína y que podría dejar el porno cuando quisiera. Claramente esta frase, usada por cualquier
adicto que está en la fase de la negación, opera ya en el terreno del porno y
la paja como el mal a erradicar, puntualmente cuando la relación entre Jon y
una “redhead milf” (ya que estamos en el mundo del porno) interpretada por
Julianne Moore, se empieza a gestar, luego de la fallida relación con la rubia
despampanante.
Inversamente proporcional al
crecimiento de la relación entre Jon y
la “milf”, lo que se mostraba como una lectura despojada de moralismo acerca del
porno, se desbarranca hasta cerrar una historia que se presenta, sin
sonrojarse, en los cánones de la comedia romántica más seria y menos
arriesgada. Para peor, se aplasta al porno cuando la señora le pregunta a Jon
si alguna vez se masturbó sin mirar vídeos, allí, en esa imposibilidad
(confirmada luego) se deshace la idea de divertimento. El porno no es la cuestión
puntual, sino romper con el hábito de entretenimiento por considerarlo una
adicción, además considerado nefasto para los “valores” porque aquí la premisa podría ser la misma si
se sustituye el porno por la pasión fanática de un deporte, por ejemplo, como
instrumento que reemplaza el acto real: el sexo con una pareja de carne y hueso
o la práctica deportiva, no importa. Don
Jon -o el increíble título local de Entre
sus Manos- se viste de indie pero
devela en el meollo su aberración, disfrazada de una hipócrita comedia
romántica de gente que se “pierde” con el otro.
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