viernes, 21 de marzo de 2014

Cine - Crítica

El juego del artificio autoral
por José Tripodero

El Gran Hotel Budapest (The Grand Budapest Hotel) 

Dirección: Wes Anderson
Guión: Wes Anderson inspirado en los trabajos de Stefan Zweig
Fotografía: Robert Yeoman 
Montaje: Barney Pilling
Música: Alexandre Desplat
Intérpretes: Ralph Fiennes, Tony Revolori, Edward Norton, Saoirse Ronan, F. Murray Abraham
Nacionalidad y año: EE.UU., Alemania - 2014 Duración: 100'

La palabra artificio suele ser utilizada para dar una referencia negativa en el cine, especialmente sobre aquellas películas que exponen esta cualidad como una virtud y, peor aún, aquellas que se muestran virtuosas y abrumadoras para los ojos. Wes Anderson es un cineasta del artificio virtuoso, un autor capaz de reunir elementos vintage, retro y kitsch sin caer en un pastiche estilístico y a la vez reunir un conjunto de intertextualidades sutiles pero cinéfilas en un humor más desatado pero menos sensible que el de sus últimos trabajos. En El Gran Hotel Budapest, además de este juego estético, hay un juego con las historias dentro de las historias, una suerte de mecanismo de mamushkas narrativas que comienza a mediados de los años ochenta para retrotraerse a fines de los sesenta y saltar finalmente a los años treinta, en una Europa de entreguerras.


El hotel del título está ubicado en la ficticia República de Zabrowka, regenteado por el conserje M. Gustave (Ralph Fiennes) quien tiene a un nuevo lobby boy, un joven inmigrante que al poco tiempo se convierte en un discípulo, en un ladero leal y compañero de aventuras. Una sociedad que no resulta nueva en el cine de Anderson, recordar  los ejemplos de Los Excéntricos Tennenbaum, Vida Acuática y hasta en -su mejor film a la fecha- El Fantástico Sr. Fox. Si bien gran parte de la historia reposa sobre la dinámica de este lugar, el volante narrativo gira para transitar otras tierras: la del crimen, la del subgénero fuga de cárceles, el drama bélico y algunos destellos de la comedia más tierna y sensible a la que nos tiene acostumbrado este autor. Gustave y el joven Zero (así se llama el joven ayudante) son los principales personajes, aunque por todo el derrotero de su travesía para reencausar el equilibrio inicial se crucen con diferentes especies del zoológico andersoniano, cuyo momento álgido sea el del llamado de auxilio a los demás conserjes de hoteles europeos: liderados por Bill Murray, entre los que se encuentra el genial Bob Balaban.  


EGHB es la película más cinéfila de este realizador, en el que las citas y atmósferas de otros cines encastran sin que se noten las marcas de esas piezas; desde el humor de Ernst Lubitsch hasta el diálogo con su propio cine, específicamente las fugas de tono cómico que ya estaban en El Fantástico Sr. Fox. Las referencias, también, son literarias y evidentes al punto de figurar en los créditos, hay influencias de los trabajos del dramaturgo Stefan Zweig y una mirada más compleja y meta a la labor del escritor, que tiene su peso en el prólogo, de la mano del personaje de Tom Wilkinson, quien abre la puerta de la historia del hotel; es en definitiva una ficción dentro de otra. Nuevamente, el director de Bottle Rocket, despliega un arsenal grandilocuente de estética intransferible pero a la vez recargada de estilos que, unidos, se reproducen como un artificio autoral y lúdico, convirtiéndolo en un cineasta renovador y fresco ante cada desafío de sumarle nuevos elementos a su cosmovisión. 


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