Invictus de Clint Eastwood con Morgan Freeman y Matt Damon.
Es muy difícil no incurrir en paralelismos con líneas comparativas entre períodos post - dictaduras de Sudáfrica, co
n el Apartheid, y el proceso militar en Argentina, después de ver Invictus. El actual caldeado ánimo político nacional sobre el tema de DD.HH., para el espectador, podría jugar alguna mala pasada asociativa o no, quizás nada esto surja. Invictus es un pasaje en la vida del líder político Nelson Mandela, luego de su salida de prisión y la victoria de las primeras elecciones presidenciales democráticas en Sudáfrica.
Una larga caravana de autos irrumpe en una ruta que traza a dos países, de un lado unos negritos polvorientos que juegan fútbol en un potrero y del otro un equipo de rubgy, blancos claro está, vestidos con uniformes practican ordenadamente bajo la dirección de un entrenador. Mientras los negritos se distraen y se acercan a mirar la caravana más de cerca, los blancos miran el mismo hecho con escepticismo, ven venir el futuro del país que ellos dominaban. El que va en la caravana es nada menos que Nelson Mandela (interpretado por Morgan Freeman), después haber pasado casi tres décadas en prisión.
Este pequeño relato es la metáfora mejor expuesta de un film que se embarca en una trama lineal y directa sin un aparente suspenso en el desarrollo de los hechos. Clint Eastwood no apoya su mirada sobre la figura de Mandela, sino sobre las decisiones tomadas por el líder y también sobre su aura mítico y pacifico. Mandela se encuentra con un país fragmentado en dos partes, no hay culpa de un lado ni perdón del otro, todo está aún en una sensación térmica alta, además del fantasma de la guerra civil. El suceso deportivo del mundial de rugby en casa le permitirá a Mandela vislumbrar la posibilidad de una unidad dialoguista. No sólo debe batallar contra aquellos que lo sometieron sino también, Mandela, debe ser el líder de su pueblo que no quiere ningún tipo de acuerdo ni muchos de perdón hacia los blancos.
Eastwood, habilidoso para tejer relaciones y situaciones entre los personajes, al igual que el protagonista, plantea esta tensión constante entre negros y blancos de una manera más acentuada en los papeles secundarios del film y no en los principales, a los que los deja correr libremente por el sendero del conservadurismo narrativo de los hechos verídicos. Mandela convoca al capitán de los Springboks, Francois Pinnear (Damon) indirectamente para que lo ayude a unir al país a trav
és de un deporte que mueve masas, en definitiva para que traten de ganar el mundial que se jugará en la propia Sudáfrica. Es evidente que el deporte une multitudes, razas, religiones y enemigos de cualquier tipo, sin embargo podría parecer una chatura dentro de un relato que pretende estirar el suspenso de un hecho deportivo conocido por muchos, es en definitiva, un suceso deportivo en la historia del Rugby que los Springboks ganasen el mundial de 1995.
Más allá del estiramiento narrativo de la historia real, la alegoría está por encima de la simple anécdota porque Eastwood privilegia en lo poético, en el valor de la moraleja. Es cierto que el director tropieza cuando le inyecta pomposidad y heroísmo, a través de la cámara lenta y fundidos encadenados, a un partido final que no ofrece ningún tipo de elementos para pensar que el resultado podría ser opuesto al que fue. En estos últimos veinte minutos Eastwood pierde el control y se ve embebido en lugares comunes e irritantes, como el seguimiento del partido por parte de dos policías que son molestados por un niño negro, que quiere escuchar el juego junto a ellos. Finalmente el choque contra el abismo de la cursilería y el cliché se da cuando estos oficiales levantan en alto al niño y festejan el final del partido.
Invictus no es ni un paso en falso en la carrera del mítico Eastwood ni tampoco pasa a conformar el cuadro de honor de su vasta filmografía, es simplemente el relato de una anécdota para subrayar lo alegórico, aunque para muchos esto no sea suficiente.
n el Apartheid, y el proceso militar en Argentina, después de ver Invictus. El actual caldeado ánimo político nacional sobre el tema de DD.HH., para el espectador, podría jugar alguna mala pasada asociativa o no, quizás nada esto surja. Invictus es un pasaje en la vida del líder político Nelson Mandela, luego de su salida de prisión y la victoria de las primeras elecciones presidenciales democráticas en Sudáfrica.Una larga caravana de autos irrumpe en una ruta que traza a dos países, de un lado unos negritos polvorientos que juegan fútbol en un potrero y del otro un equipo de rubgy, blancos claro está, vestidos con uniformes practican ordenadamente bajo la dirección de un entrenador. Mientras los negritos se distraen y se acercan a mirar la caravana más de cerca, los blancos miran el mismo hecho con escepticismo, ven venir el futuro del país que ellos dominaban. El que va en la caravana es nada menos que Nelson Mandela (interpretado por Morgan Freeman), después haber pasado casi tres décadas en prisión.
Este pequeño relato es la metáfora mejor expuesta de un film que se embarca en una trama lineal y directa sin un aparente suspenso en el desarrollo de los hechos. Clint Eastwood no apoya su mirada sobre la figura de Mandela, sino sobre las decisiones tomadas por el líder y también sobre su aura mítico y pacifico. Mandela se encuentra con un país fragmentado en dos partes, no hay culpa de un lado ni perdón del otro, todo está aún en una sensación térmica alta, además del fantasma de la guerra civil. El suceso deportivo del mundial de rugby en casa le permitirá a Mandela vislumbrar la posibilidad de una unidad dialoguista. No sólo debe batallar contra aquellos que lo sometieron sino también, Mandela, debe ser el líder de su pueblo que no quiere ningún tipo de acuerdo ni muchos de perdón hacia los blancos.
Eastwood, habilidoso para tejer relaciones y situaciones entre los personajes, al igual que el protagonista, plantea esta tensión constante entre negros y blancos de una manera más acentuada en los papeles secundarios del film y no en los principales, a los que los deja correr libremente por el sendero del conservadurismo narrativo de los hechos verídicos. Mandela convoca al capitán de los Springboks, Francois Pinnear (Damon) indirectamente para que lo ayude a unir al país a trav
Más allá del estiramiento narrativo de la historia real, la alegoría está por encima de la simple anécdota porque Eastwood privilegia en lo poético, en el valor de la moraleja. Es cierto que el director tropieza cuando le inyecta pomposidad y heroísmo, a través de la cámara lenta y fundidos encadenados, a un partido final que no ofrece ningún tipo de elementos para pensar que el resultado podría ser opuesto al que fue. En estos últimos veinte minutos Eastwood pierde el control y se ve embebido en lugares comunes e irritantes, como el seguimiento del partido por parte de dos policías que son molestados por un niño negro, que quiere escuchar el juego junto a ellos. Finalmente el choque contra el abismo de la cursilería y el cliché se da cuando estos oficiales levantan en alto al niño y festejan el final del partido.
Invictus no es ni un paso en falso en la carrera del mítico Eastwood ni tampoco pasa a conformar el cuadro de honor de su vasta filmografía, es simplemente el relato de una anécdota para subrayar lo alegórico, aunque para muchos esto no sea suficiente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario