jueves, 21 de abril de 2011

La saga "Crepúsculo" ataca otra vez

La adolescencia limpia

La chica de la capa roja (Red Riding Hood) de Caherine Hardwicke con Amanda Seyfried, Billy Burke y Gary Oldman.

1- Consecuencia de la saga (¿generación?) Crepúsculo, tal vez; 2- un intento desesperado y cómodo, a la vez, de Hollywood de tomar recetas prefabricadas en el imaginario popular, ya ni siquiera remakes, en vez de ponerse a crear nuevas historias, puede ser y 3- un falso giro siniestro del cuento más famoso, al menos en occidente, también. Todas estas suposiciones surgen en la mente de quien suscribe mientras las imágenes, los sonidos y los diálogos de La chica de la capa roja (pésimo título, tanto en castellano como en inglés) pasan por delante, sin el menor atractivo para recordar o analizar, más que las preguntas ya formuladas. 

No es casual que Catherine Hardwicke, quien allá por el 2003 ponía el dedo en el ventilador al plantear un duro drama adolescente en A los trece, se hiciera cargo de una nueva transposición de la niña de la capa roja. Aquella opera prima de la directora, ofrecía una mirada asfixiante (desde la puesta de cámara y la fotografía) al pasaje de la niñez a la adolescencia, casi sin escalas. Su camino en la meca del cine siguió por los senderos de la seguridad laboral y la mediocridad artística hasta llegar a su punto más bajo, la mencionada Crepúsculo. Allí, Hardwicke contratada por alguien quien pensó que la ex - diseñadora de producción sabía como contar una de adolescentes, aunque no como en A los trece sino estilizada, lavada, con adolescentes que no tienen sexo (ni se preguntan por nada relacionado al tema). 

En una producción como esta, es imposible no pensar que todo está calculado para un público masivo como lo dice la calificación mayores de 13 años. Por eso es que la primera frase de esta crítica no es gratuita y se concatena con la segunda, Hollywood, por allí escribí que era la meca del cine (diría industria del cine más que nada en estos últimos años), decide tomar un cuento infantil y envolverlo en una variación mentirosa para atraer adultos, cuando esta versión no es más que para adolescentes o en su defecto, para adultos que se interesan por cuestiones de adolescentes. 

La chica de la capa roja, insisto en el desastroso título, respeta la esencia narrativa del cuento de Caperucita pero le añade elementos de otros relatos, lo más conveniente es decir que saquea personajes y estructuras de clásicos como Drácula. Sí, hay un Van Helsing que quiere cazar al lobo -que rompió un pacto con el pueblo y se morfó a una joven (la hermana de la roja)-, también hay un romance prohibido de la protagonista con el supuestamente villano y sí el lobo toma forma humana por lo que la chica del título se ve envuelta en un dilema. Al menos eso es lo que se presume ya que el misterio que se propone el guión es que se crea que hay varios candidatos para ser develados como el lobo feroz. 

Esta deformidad audiovisual no sólo arrebata clásicos literarios, también son vejadas grandes obras del terror posmoderno como El ejército de las tinieblas de Sam Raimi, palpable en el clima paródico y humorístico poco efectivo como así también en las recreaciones de un bosque, truncado entre el decorado de un programa para niños y una puesta en escena de un film oriental de terror. Si de terror asiático hablamos, es justo decir que se puede lograr el giro de 180º narrativo de un cuento infantil a otro para adultos, ejemplo de ello es una versión de Hansel y Gretel (2007) de Pil-Sung Yim enmarcada claramente en un cuento de hadas... truculento. Lo más rescatable de esa obra fue precisamente su convicción total para trastocar una historia instaurada en lo más inmerso de la cultura popular, fallidos y logros particulares al margen. 

Tan sólo el oficio de Gary Oldman, para interpretar su rol vanhelsingniano sin caer en la desmesura caricaturesca -servida en bandeja por cierto- puede extraerse de este hibrido de ideas, conceptos y elementos retóricos que se disparan para todos lados, como cuando se rompe una piñata, el único problema es que de esta precisamente los espectadores no nos llevamos sorpresas sino tan sólo confeti para tirar (al tacho) tan pronto salgamos de la sala.

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