
De postales, nostalgias y hechizos de tiempo
Ver Medianoche en París varias semanas después de su estreno me condicionó de una manera particular, especialmente porque soy un asiduo lector de críticas y reseñas cinematográficas, sin importar si el texto habla de un film que todavía vi o no. Este film planteó, en espectadores y críticos, dos marcadas tendencias reflexivas: para los detractores, el nuevo film de Woody Allen es una visión turística de París y para los demás es un sentido homenaje a la edad de oro cultural, intelectual y artística de la capital francesa, allá por la segunda década del veinte del siglo pasado. La respuesta de si se puede eludir alguna de estas dos opciones como recorte crítico, es no.
La sucesión inicial de planos de París, en la que Woody no escatima en mostrar íconos y lugares claramente reconocibles - incluso para aquellos que nunca viajaron hasta allí - genera una suerte de incomodidad, fundamentalmente por la duración. No obstante, hacia la mitad de esta secuencia su sentido dramático surge claramente: el pasaje del día hacia la noche en la actualidad contrasta con lo que viene.
Gil (Owen Wilson) es un guionista exitoso de Hollywood pero frustrado por no ser escritor, su llegada a la ciudad luz es casi por casualidad, al acompañar a su burda y superficial prometida Inez (Rachael McAdams) como así también a sus ultra conservadores padres. Gil tiene intenciones estrictamente románticas: caminar la ciudad bajo la lluvia, empaparse de literatura y fundamentalmente poder terminar su tan ansiada primera novela. Los diferentes programas turísticos de Inez y su familia llevan a Gil, una medianoche, a transitar en solitario por las calles parisinas. Al perderse es rescatado por un auto comandado por una troupe de los años veinte, quienes parecen ser - a priori - imitadores o recreadores de una época. Bastan unos minutos para que nombres como Cole Porter, Scott Fitzgerald o Ernest Hemingway florezcan en la noche y los antros nocturnos que visita el aspirante a literato, el sueño de Gil se convierte en realidad: es transportado a la edad de oro cultural parisina. Todos sus ídolos e influencias interactúan con él y hablan de literatura, de artes o de simples nimiedades. Allen, en varias oportunidades, fue reprochado por como el saber aparece habitualmente en sus películas bajo una capa enciclopédica. Otro de los motivos de su cine que logra colarse es el pedante, basta pensar en Manhattan (Diane Keaton) o en Crímenes y pecados (Alan Alda) para entender el desempeño de estos personajes. Si bien algunas citas operan como gags no tienen importancia en tanto contenido sino en espíritu. La aparición de los ilustres, retratados sí, con algún exceso de histrionismo - el Dalí de Adrien Brody bordea lo patético – provoca una sonrisa espontánea, tan sólo es suficiente con escuchar los nombres que se enumeran.
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Cotillard y Wilson, por las callecitas de París |
El ensueño y la fantasía hecha realidad queda relegada cuando Gil conoce a una musa de Picasso, Adriana (la siempre fotogénica Marion Cotillard) y se enamora irremediablemente, es el contraste perfecto de su prometida, aunque siempre con el cliché socavado de las mujeres allenescas, nunca llegan a tener una equiparación intelectual con los hombres. Además del amor, el protagonista arriba a una verdad sobre su reproche nostálgico incesante durante todo el metraje, acerca del tiempo no vivido, que todo tiempo pasado fue mejor. Esa verdad lo lleva a distanciarse de Adriana, quien sí cree que todo pasado fue mejor, luego de que ambos son transportados (de la misma manera que Gil a los años 20) a la Belle Epoque, en una París de fines de siglo XIX. Allí se encuentran con Degas, quien les dice que preferiría haber vivido en el Renacimiento, claramente el camino nos lleva hacia un destino moral irrevocable. Ella, finalmente, decide quedarse en ese tiempo mientras que Gil toma la determinación – difícil – de volver a los tiempos actuales.
Medianoche en París es un sentido homenaje, una posición sostenida a la añoranza del pasado – nostálgica o melancólica – y sin sonrojarse, también, se permite la licencia de exponer el esplendor de una ciudad a través de algunas pinceladas de buena puesta en escena y de cámara. Sin lugar a dudas, como conclusión dura, final y tajante, la mejor película de Woody Allen desde Los secretos de Harry (1997) y si no desafío a encontrar, en sus obras posteriores, genialidades narrativas y dialogales como en Medianoche en París.
MEDIANOCHE EN PARIS (Midnight in París)
Dirección y Guión: Woody Allen
Interpretes: Owen Wilson, Rachael McAdams, Marion Cottilard y Corey Stoll.
Fotografía: Darius Khondji
Montaje: Alisa Lepselter
Nacionalidad y año: EE.UU. - España, 2011
Duración: 94 minutos
Trailer
Duración: 94 minutos
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