miércoles, 7 de marzo de 2012

Cine - Crítica

El dominio del texto


El cine al ser el lenguaje artístico más joven se ha nutrido de textos fuentes de otras artes: principalmente la literatura y el teatro. En el caso del primero, el cine por su especificidad le ha aportado aquellos elementos que sólo la imaginación podía complementar a las palabras. Con el teatro suceden casos más singulares, porque el lenguaje teatral comparte muchos aspectos con el cine: el rol de los actores, la escenografía, el libreto, etc. Claro está, lo que no se comparte es la experiencia efímera del vivo. Transponer una obra teatral pura -por esto se entiende un texto escrito como pieza teatral- siempre ha sido un desafío para el cine. El caso del film Marat-Sade de Peter Brook se puede inscribir dentro de lo que es teatro – filmado, calificación que no existe académicamente. Es teatro para los que estuvieron la noche de la filmación y es cine para aquellos que vieron el film, ya sea en una sala o en un formato hogareño. Fuera de ese ejemplo no hay casos más que algunos ensayos u obras del off que fueron filmadas.

Un dios salvaje centra la historia en un departamento, donde cuatro padres (dos parejas) se reúnen para dirimir una pelea que han tenido sus hijos en la escuela, en la que uno de ellos terminó con una lesión importante. Esta historia como transposición del teatro al cine no funciona porque las marcas duras del lenguaje fuente perduran y hacen frenar la complementación con las materias significantes del cine. El montaje como órgano vital es lo único que se distingue como cinematográfico, el sostén sigue siendo la fortaleza textual del discurso escrito devenido en  texto dicho y por supuesto la presencia actoral, el elenco dirigido por Polanski podría ser el de una puesta teatral en Londres o Broadway. Lo demás es parte del dispositivo que pertenece al cine, es decir es cine porque está filmado y se proyecta en una sala. Incluso los movimientos, casi involuntarios, de los personajes por la casa intentan proveer un dinamismo que al final parece forzado y se ve más como un interludio de un combate de box, en el que las parejas -cada una en un lugar diferente de la casa- comentan, preparan y deciden sus próximos movimientos. Las discusiones que mantienen ambas parejas no siempre se dan en bloque, ya que el punto porque el cual se reúnen - la pelea de sus hijos – subyace para dar paso a los conflictos internos que se eyectan y provocan así la masacre verbal de todos contra todos (en este caso de los cuatro adultos contra los cuatro adultos). Las variaciones de posturas y de alianzas buscan mover las cuatro únicas piezas que tiene el film, no hay más, no hay otro aspecto que empujar a la pista de baile que el cuarteto actoral. Tan sólo están los actores y sus textos, que, como consuelo no hay un exceso de sobreactuaciones, a excepción de Jodie Foster, quien aprieta los dientes, grita y llora como si estuviera sobre las tablas. Ni siquiera se asoma una tibia sorpresa, lo subliminal sobre el patetismo que los adultos expelen se revela a los pocos minutos y que luego de largos 80 minutos el resultado es simplemente una anodina transposición.
  

Dirección: Roman Polanski
Guión: Roman Polanski y Yasmina Reza sobre su propia obra teatral
Fotografía: Pawel Edelman
Edición: Hervé de Luze
Música: Alexandre Desplat
Intérpretes: Jodie Foster, Kate Winslet, John C. Reilly y Christoph Waltz
Nacionalidad y año: Francia, Alemania, Polonia y España - 2011 
Duración: 80 minutos


Trailer

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