miércoles, 28 de marzo de 2012

Cine - Crítica

Palabras más, cuerpos menos
por la mutación de los cuerpos y de las identidades, entre otras marcas de autor que tiene el canadiense. Esa fuerza hablada está en cada encuentro, desde el primero en el que Jung recibe a un manojo de nervios llamado Sabina Spielrein, que torpemente puede ser llamada "la tercera en discordia". Con mucha calma y soberbia le dice a su nueva paciente: "le propongo encontrarnos aquí para hablar", luego en su primer encuentro con Freud, ambos colegas hablan durante trece horas seguidas sin darse cuenta.
Sabina expone en sus tics histéricos la totalidad de su padecimiento – placer, que son los fustazos o los golpes como dispositivo orgásmico. Inteligente como ninguna otra paciente del Dr. Jung, ella termina comprendiendo mejor su drama que su propio doctor. La metamorfosis del estado se da cuando el amor por su médico se vea correspondido pero luego rechazado, esa arista es la que más incomodo, en un sentido narrativo, pone a un Cronenberg -tan o más- burgués que sus dos protagonistas masculinos. El otro extremo de Jung también se ve atormentado por un mentor arrogante, como no serlo de otra forma tratándose de Sigmund Freud, que no lo ayuda sino que lo condena y lo juzga desde un pedestal por su relación de entregarse al placer de los fustazos y sexo con una paciente, pero no por serle infiel a su esposa sino a su profesión.
¿Qué pudo motivar a David Cronenberg, realizador de lo mutable y de lo tangible meterse con el nacimiento del psicoanálisis? Hay un paralelismo que se puede trazar entre Seth Brandle de La mosca (1986), los científicos de Scanners (1981) y Freud, todos son experimentadores con aplomo. Los límites traspasados son una característica ineludible entre todos ellos. Freud, sin embargo no hace explotar cabezas ni se convierte en mosca pero experimenta con el hemisferio de la mente, exactamente lo que hizo Cronenberg con el cuerpo en su cine, en el que demostró una clase de horror palpable. No quita que en esta historia el cuerpo como materia no esté pero aparece elidido porque se esconde de la cámara, las figuras aparecen cortadas en planos estáticos abiertos y con objetos delante del lente que dificultan la visión, por ejemplo, de la excitación de Sabrina mediante los fustazos que le da Jung que está fuera de cuadro, en completa contraposición al inicio de Crash (1996) con planos detalles y tilt ups - tilt downs.  
Es cierto que ambos cráneos del psicoanálisis no parecen someter a nadie vistiendo trajes impecables mientras caminan por bellos jardines bajo el sol vienes pero sí lo hacen porque al mismo tiempo que levantan sus pequeñas tazas de té hablan sobre erecciones, orificios e inmoralidad sexual. Terrorífico  para una época sesgada por la represión propagada en muchos ámbitos. Si tuviéramos que pensar que estos personajes pertenecen a una ficción y que jamás existieron, sería muy fácil simpatizar por el pobre Jung que sufre los latigazos verbales de un Freud egocéntrico y casi déspota de sus teorías o que es perseguido por una loca de atar – no de amor – que encima tiene capacidades para interpretar las anomalías que su doctor ni siquiera puede tratar y para peor termina invirtiendo los roles. Todo ese fresco termina en un cuestionable recorte que hace la narración al sintetizar en el final  con placas y en pocas líneas, el destino final de los personajes: en el caso de Sabina Spielrein y en el de Freud ambos sufrieron el nazismo en carne propia, más la pobre Spielrein, pero en el caso de Jung, que tuvo una participación cómplice con el régimen, sólo se menciona su brote psicótico y su recuperación para morir pacíficamente luego de una larga vida en 1961. Ni hablar de ese lazo tirante por el que camina Jung entre la moralidad y la perversión, claro es ahí donde Cronenberg - como se dijo más burgués que sus protagonistas - se sienta con su taza de té de porcelana y sonríe mientras se le cuestionan con diferentes teorías y hechos reales la moralidad de estos personajes.


Un método peligroso (A Dangerous Method)

La palabra y el diálogo son las armas principales de Un método peligroso para retratar un pasaje de la vida de Carl Jung y Sigmund Freud, en el amanecer de la psiquiatría, al que ambos le llaman talking cure (la cura hablada). Por eso no podía ser de otra manera que David Cronenberg utilizara estos dos recursos elementales - en tiempos de 3D y tanta alteración digital - como punta de lanza y dejara de lado su obsesión por la mutación de los cuerpos y de las identidades, entre otras marcas de autor que tiene el canadiense. Esa fuerza hablada está en cada encuentro, desde el primero en el que Jung recibe a un manojo de nervios llamado Sabina Spielrein, que torpemente puede ser llamada "la tercera en discordia". Con mucha calma y soberbia le dice a su nueva paciente: "le propongo encontrarnos aquí para hablar", luego en su primer encuentro con Freud, ambos colegas hablan durante trece horas seguidas sin darse cuenta.

Sabina expone en sus tics histéricos la totalidad de su padecimiento – placer, que son los fustazos o los golpes como dispositivo orgásmico. Inteligente como ninguna otra paciente del Dr. Jung, ella termina comprendiendo mejor su drama que su propio doctor. La metamorfosis del estado se da cuando el amor por su médico se vea correspondido pero luego rechazado, esa arista es la que más incomodo, en un sentido narrativo, pone a un Cronenberg -tan o más- burgués que sus dos protagonistas masculinos. El otro extremo de Jung también se ve atormentado por un mentor arrogante, como no serlo de otra forma tratándose de Sigmund Freud, que no lo ayuda sino que lo condena y lo juzga desde un pedestal por su relación de entregarse al placer de los fustazos y sexo con una paciente, pero no por serle infiel a su esposa sino a su profesión.

¿Qué pudo motivar a David Cronenberg, realizador de lo mutable y de lo tangible meterse con el nacimiento del psicoanálisis? Hay un paralelismo que se puede trazar entre Seth Brandle de La mosca, los científicos de Scanners y Freud, todos son experimentadores con aplomo. Los límites traspasados son una característica ineludible entre todos ellos. Freud, sin embargo no hace explotar cabezas ni se convierte en mosca pero experimenta con el hemisferio de la mente, exactamente lo que hizo Cronenberg con el cuerpo en su cine, en el que demostró una clase de horror palpable. No quita que en esta historia el cuerpo como materia no esté pero aparece elidido porque se esconde de la cámara, las figuras aparecen cortadas en planos estáticos abiertos y con objetos delante del lente que dificultan la visión, por ejemplo, de la excitación de Sabrina mediante los fustazos que le da Jung que está fuera de cuadro, en completa contraposición al inicio de Crash con planos detalles y tilt ups - tilt downs.

Es cierto que ambos cráneos del psicoanálisis no parecen someter a nadie vistiendo trajes impecables mientras caminan por bellos jardines bajo el sol vienes pero sí lo hacen porque al mismo tiempo que levantan sus pequeñas tazas de té hablan sobre erecciones, orificios e inmoralidad sexual. Terrorífico  para una época sesgada por la represión propagada en muchos ámbitos. Si tuviéramos que pensar que estos personajes pertenecen a una ficción y que jamás existieron, sería muy fácil simpatizar por el pobre Jung que sufre los latigazos verbales de un Freud egocéntrico y casi déspota de sus teorías o que es perseguido por una loca de atar – no de amor – que encima tiene capacidades para interpretar las anomalías que su doctor ni siquiera puede tratar y para peor termina invirtiendo los roles. Todo ese fresco termina en un cuestionable recorte que hace la narración al sintetizar en el final, con placas y en pocas líneas, el destino de los personajes: en el caso de Sabina Spielrein y en el de Freud ambos sufrieron el nazismo en carne propia, más la pobre Spielrein, pero en el caso de Jung, que tuvo una participación cómplice con el régimen, sólo se menciona su brote psicótico y su recuperación para morir pacíficamente luego de una larga vida en 1961. Ni hablar de ese lazo tirante por el que camina Jung entre la moralidad y la perversión, claro es ahí donde Cronenberg - como se dijo más burgués que sus protagonistas - se sienta con su taza de té de porcelana y sonríe mientras se le cuestionan con diferentes teorías y hechos reales la moralidad de estos personajes.


Dirección: David Cronenberg
Guión: Christopher Hampton sobre su propia obra de teatro y sobre el libro de John Keer "A Most Dangerous Method"
Fotografía: Peter Suschitzky
Edición: Ronald Sanders
Música: Howard Shore
Intérpretes: Keira Knightley, Michael Fassbender y Viggo Mortensen
Nacionalidad y año: Reino Unido, Alemania, Suiza y Canadá - 2011
Duración: 99 minutos

por la mutación de los cuerpos y de las identidades, entre otras marcas de autor que tiene el canadiense. Esa fuerza hablada está en cada encuentro, desde el primero en el que Jung recibe a un manojo de nervios llamado Sabina Spielrein, que torpemente puede ser llamada "la tercera en discordia". Con mucha calma y soberbia le dice a su nueva paciente: "le propongo encontrarnos aquí para hablar", luego en su primer encuentro con Freud, ambos colegas hablan durante trece horas seguidas sin darse cuenta.
TRAILER

Es cierto que ambos cráneos del psicoanálisis no parecen someter a nadie vistiendo trajes impecables mientras caminan por bellos jardines bajo el sol vienes pero sí lo hacen porque al mismo tiempo que levantan sus pequeñas tazas de té hablan sobre erecciones, orificios e inmoralidad sexual. Terrorífico  para una época sesgada por la represión propagada en muchos ámbitos. Si tuviéramos que pensar que estos personajes pertenecen a una ficción y que jamás existieron, sería muy fácil simpatizar por el pobre Jung que sufre los latigazos verbales de un Freud egocéntrico y casi déspota de sus teorías o que es perseguido por una loca de atar – no de amor – que encima tiene capacidades para interpretar las anomalías que su doctor ni siquiera puede tratar y para peor termina invirtiendo los roles. Todo ese fresco termina en un cuestionable recorte que hace la narración al sintetizar en el final  con placas y en pocas líneas, el destino final de los personajes: en el caso de Sabina Spielrein y en el de Freud ambos sufrieron el nazismo en carne propia, más la pobre Spielrein, pero en el caso de Jung, que tuvo una participación cómplice con el régimen, sólo se menciona su brote psicótico y su recuperación para morir pacíficamente luego de una larga vida en 1961. Ni hablar de ese lazo tirante por el que camina Jung entre la moralidad y la perversión, claro es ahí donde Cronenberg - como se dijo más burgués que sus protagonistas - se sienta con su taza de té de porcelana y sonríe mientras se le cuestionan con diferentes teorías y hechos reales la moralidad de estos personajes.

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