martes, 24 de abril de 2012

Fin del 14º Festival Internacional de Cine Independiente de Buenos Aires


Tiempo de balances: BAFICI 2012


 Ya han pasado catorce años, el festival es un adolescente pero paradójicamente ha perdido la rebeldía de las primeras ediciones, ni hablar de las dos más recordadas: las del 2003 - 2004, con el cine América como centro neurálgico de las mayores convocatorias, parece irrisorio pensar que ese espacio para 1.200 personas colmaba sus localidades con films de Sokurov, Kitano o Kiyoshi Kurosawa. Esta introducción nostálgica sirve para pensar el BAFICI de estos últimos tres años, como un evento que se ha encarrilado como un píloto automático, en esta parte del año, lo que no quita que su director Sergio Wolff y todo su equipo trabajen arduamente durante un año para preparar el mejor festival posible. La sensación de desgaste se nota en la concurrencia apagada y en la falta de un polo de concentración masiva, hasta el año pasado existía, al menos, el cine Atlas Santa Fé con sus dos salas.

Las últimas tres ediciones se han caracterizado por el cine más independiente y menos comercial posible. Desde las programaciones hasta las actividades especiales pasando por invitados, algunos intrascendentes, como el caso de la documentalista Ruth Beckermann con una filmografía poco interesante. El ojo de los programadores puede ser uno de los síntomas de este tránsito cansino que arroja como consecuencia la percepción, primaria, de estar viendo las mismas películas edición tras edición, en los últimos años. La frescura del BAFICI pierde su carácter cuando los mismos nombres aparecen como programadores año tras año, ya hasta incluso ciertos films radicales sobre el sexo son imposibles de no atribuírselos a Diego Trérotola por ej.

El BAFICI no sólo se nutre de films y más films (nuevamente 449 films entre largometrajes y cortos abruma desde antes de empezar el festival), también las actividades sobre la industria, la charla con gente del cine, con invitados especiales y el desarrollo del BAL generan un círculo concéntrico que abarca gran parte de eso que hace funcionar aquello que llamamos cine. La incorporación de la sede Planetario permitió ver cine en otro nivel, la idea de ver un film en una pantalla de 360º le aporta una variante a lo que fue el año pasado la exhibición de films en 3D, por primera vez en el festival. Sin perder la idea de federalismo en la ciudad, el festival mantuvo sus sedes en puntos lejanos del centro como en La Boca, Belgrano y Villa Urquiza, además de agregar dos salas en el Centro Cultural San Martín.

Si de cine puro hablamos, la competencia internacional de este año estuvo apagada, incluso la ganadora de esta categoría, Policeman de Nadav Lapid, había logrado un consenso negativo entre el público y la prensa. Faltó la sorpresa que logró El estudiante el año pasado, ese lugar era esperado que lo ocupase Los salvajes de Alejandro Fadel producida por el mismo equipo responsable del film de Mitre, La unión de los ríos, productora que empieza a afianzarse como canal alternativo de calidad. En la competencia argentina, La chica del sur se mostró como el film más completo y satisfactorio, un documental estremecedor de José Luís García. Sin embargo, la balanza en ambas competencias se tornó hacía abajo, si bien la competencia de películas nacionales superó a la terriblemente nefasta del año anterior no le alcanzó para arrojar un futuro promisorio. Dromómanos de Luis Ortega (en la competencia argentina) y Nocturnos del octogenario Edgardo Cozarinsky (en una retrospectiva de su cine) expresaron una libertad identitaria, más allá de lo fallido que resultaron como productos finales, algo que siempre se destaca en mostrar el BAFICI en la elección de los realizadores argentinos, a veces con más o menos transparencia. Otras secciones como odiseas del espacio y cine del futuro mostraron interesantes opciones y perspectivas, especialmente en los casos de Los últimos cristeros  de Matías Meyer y Alpi de Armin Linke. También el BAFICI acerca obras que han despertado polémica y debate en otros festivales como el caso de This is not a Film del realizador iraní Jafar Panahi, preso por el régimen iraní.

Más allá del gran trabajo de Wolff sosteniendo el evento y entregándole cierto aire nuevo, especialmente cuando el primer gobierno de Macri hacía peligrar la continuidad del festival más de lo que lo hizo la crisis del 2001, es hora de algunos cambios porque el BAFICI ha perdido esa rebeldía con la que empezó y se propuso batallar a la industria más compacta. Curioso resulta de un festival que ha alcanzado su adolescencia, ya que en estos últimos tiempos se ha mostrado conservador y precavido como un adulto responsable. 


1 comentario:

David dijo...

Me gusta mucho el festival de cine Bafici. Pero me parece que estaría bueno que el festival no se realizara solo en el Abasto, ya que evita la posibilidad de que vaya mas gente. Teniendo en cuenta que hay muy buenas salas en el cine atlas o el Dot entre tantos otros, podía pasarse por ellos