domingo, 16 de diciembre de 2012

Cine - Crítica

Clásico y moderno
por José Tripodero

Curvas de la vida (Trouble with the Curve)

Dirección: Robert Lorenz
Guión: Randy Brown
Intérpretes: Clint Eastwood, Amy Adams, Justin Timberlake, John Goodman y Robert Patrick
Fotografía: Tom Stern
Montaje: Joel Cox y Gary Roach   
Música: Marco Beltrami
Nacionalidad y año: EE.UU. - 2012
Duración: 110'

Gus Lobel (Eastwood) es un caza talentos de un equipo de béisbol al que le queda sólo una oportunidad para mantener su empleo y que es seguir a una joven promesa y dar su veredicto para el draft de la próxima temporada.  A esto le sumamos que está a un paso de quedarse ciego y que su hija Micky (Amy Adams) quiere de una vez por todas entablar una relación en serio con él y por eso empaca sus cosas para acompañar a su padre en este viaje. Podríamos decir que estamos en presencia de un clásico personaje hecho a la medida de Clint Eastwood, ese que tiene una sola bala (a veces literalmente) para redimirse y que dentro de su perfil psicológico entra el rechazo a la tecnología, el gusto por el alcohol a cualquier hora del día y la queja permanente por todo, o sea un completo cascarrabias.


Curvas de la vida (terrible título) o mejor dicho Trouble with the Curve habla y muestra mucho del deporte en cuestión; hay secuencias completas de un juego, batazos por todos lados, diálogos técnicos e incluso las pocas panorámicas que el debutante -en la dirección, no así en la factoría Malpaso en la que lleva más de treinta años-, Robert Lorenz  reserva son para los pequeños estadios en los cuales se desarrollan los juegos, de todos modos no faltan esos moteles, bares o locaciones bien eastwoodianas fotografiadas de manera muy colorida por Tom Stern (otro hombre Malpaso, aunque de esta última década). Esta película se ubica en las antípodas de El juego de la fortuna (2011), otra de béisbol pero que desde la estrategia cinematográfica abordaba la cuestión metodológica del deporte y dejaba los momentos épicos fuera de campo, en el mejor de los casos los mostraba fragmentariamente dentro de una pantalla chica. La comparación no busca enaltecer un abordaje por sobre otro sino pensar la zanja que separa a ambas películas, en El juego... la clave pasaba por tomar a la inevitable tecnología como aliada mientras que aquí Gus representa al factor humano cada vez más prescindible, ese al que dan por acabado gracias a la dinámica de los datos y estadísticas basados en lógica y programas de computadora.

La lucha de Eastwood desde su clasicismo, emplazado en sus personajes y en sus historias, choca contra el mal empleo de situaciones dramáticas porque lo que le falta a Trouble... es la tercera dimensión de sus personajes, no hay una arista que movilice a las otras dos, todo lo que se ve es lo que hay.  Aquí, además de Gus y Micky hay un tercer personaje principal y para nada menos importante, que es Johnny (Justin Timberlake) un joven jugador de béisbol retirado por lesión que se dedica a cazar talentos, quien se une a la dupla familiar. En los tres casos hay una lucha contra un sistema despiadado del trabajo: Gus lucha contra la tecnología, Micky siendo mujer debe esforzarse el doble para ser aceptada como socia en un bufete de abogados bien misóginos y Johnny es aquel que dio su cuerpo por el béisbol, su personaje es el mejor elaborado porque esa huella permanente, que es no poder continuar con su pasión, es la que está socavada en los diálogos y en los gestos, a pesar de ello esa perdida está presente. No hay sutileza (como ya se dijo) ni en Gus ni en Micky, ambos expresan y se quejan todo el tiempo, se los ve enojados con el mundo y entre ellos; casi no hay escenas en las que sus encuentros no terminen abruptamente por algún improperio de Gus para su hija.

Trouble… sufre consecuencias por el transitar seguro y liviano de los personajes en el camino de la progresión dramática porque la trama se vuelve predecible y aburrida. Tan sólo las personificaciones que logran componer Eastwood y Adams pueden con el acontecer de la historia y más que nada permiten amenizar algunos clichés y un final que explica todo sin dejar nada suelto, empezando por ese extraño plano inicial de un caballo galopando a cámara que despierta a Gus de un mal sueño. Por último, el espaldarazo que dan el genial John Goodman y el sobrio  Robert Patrick (¡por fin en un film de Eastwood!) encausan, también, un bote que por primera vez en veinte años el gran Clint delega el timón a otro capitán. 

 

Trailer

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