por José Tripodero
Dirección y Guión: Andrew Dominik sobre una novela de George V. Higgins
Intérpretes: Brad Pitt, Richard Jenkins, Scoot McNairy, Ben Mendelshon, Ray Liotta y James Gandolfini
Fotografía: Creig Fraser
Montaje: Brian A. Kates y John Paul Horstmann
Nacionalidad y año: EE.UU. - 2012
Duración: 97'
Lo más interesante de Mátalos suavemente es el escenario - contexto que la
atraviesa, un suburbio de los Estados Unidos polvoriento (pre-elecciones
presidenciales del 2008, o sea en plena crisis financiera) y que contrasta con
los discursos de Obama y Bush sobre el estancamiento de la economía y los
augurios para levantar a un país caído, la palabra pueblo se repite una y otra
vez. ¿Qué es lo que se ve? Casas desvencijadas, calles rotas y rufianes de poca
monta pululando por ahí en la búsqueda de un "trabajo" que los salve.
Esa oportunidad para rascar algo le llega a un pobre diablo y su amigo cuando aceptan
el ofrecimiento de robar el efectivo de un juego clandestino de poker. Ese dinero
robado genera un colapso en la mafia local (la víctima del robo) y por ello
convocan a Jackie Coogan (Brad Pitt), un asesino a sueldo con mucha "calle" para que elimine a los osados e ineptos
delincuentes.
La digresión interminable (lo que en el cine de Tarantino se llama "dialéctica de las mesas") es el recurso que predomina en
el opus tres del neocelandés Andrew Dominik. Los diálogos triviales sobre
culos, drogas, perros, etc. son los que llenan el centro de la historia que
rodea a un estado de las cosas miserable, contaminado de una violencia natural
e incuestionable pero que Dominik no hace reposarla sobre la moral de sus
personajes ni de sus acciones sino en la idea de la crisis permanente, en la
violencia inextirpable. Jackie no es un hombre que llega a poner orden ni a
reorganizar los códigos, es un hombre que hace negocios y que tiene una sola
debilidad: el ruego de sus víctimas (de ahí el título, él los mata suavemente a
distancia). El contexto moribundo de una economía hecha trizas está
omnipresente; ya sea en los personajes, en los poquísimos pero clarificadores
planos generales y en los televisores o radios que reproducen las palabras de
los candidatos presidenciales, de alguna manera los sucesos narrativos son
catalíticos y ahí está la interferencia que no es más que el machacamiento de
un mensaje, que tiene como golpe mortal las últimas líneas del film en boca del
personaje de Pitt.
Ese Jackie
Cogan que parece un cráneo de la preparación (que más bien podría ser
dilatación) tiene un anverso no tan brillante y es el del estilismo que le
impregna Dominik, cuando en una ejecución se exacerba el detalle y el ralenti
completamente enajenados del resto del film. Así por un lado tenemos los
diálogos violentos, sí, pero calmos y más que nada en un registro preciso, por
más que las puteadas y la jerga casi constante hagan parecer todo una gran
improvisación de los actores, que por otra parte parecen un seleccionado masculino de
sobriedad: Richard Jenkins, Ray Liotta, James Gandolfini y apenas un minuto de
Sam Shepard, además de Scoot McNairy y Ben Mendelshon que interpretan a los dos
hampones amateurs, vectores reales del relato más que el propio Jackie. Por otro lado tenemos esa violencia ultra cool, casi hiperbólica que siembra la duda si se trata de una parodia o de un exceso no buscado.
En Jackie Brown (la mejor película de
Tarantino) pasaba exactamente lo mismo; los diálogos predominaban sobre la
acción física y se estiraban hasta el tedio antes de llegar al clímax, la
diferencia es que Tarantino mantenía ese orden impuesto y los asesinatos
mantenían la cordura estilística de su relato sin sobresaltarse como una
eyaculación desesperada, es pertinente recordar que allí los asesinatos y las
ejecuciones estaban fuera de cuadro, o sea se jugaba en el mismo terreno
durante la totalidad del partido. Dominik no sólo muestra todo (sangre, vómito,
masa encefálica y demás fluidos) en el puñado de escenas físicas, sino que además opera con recursos impostados
que parecen colados a una fiesta a la que jamás fueron invitados.
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