por José Tripodero
Intérpretes: Bradley Cooper, Jennnifer Lawrence, Robert De Niro, Jacki Weaver, John Ortiz y Chris Tucker
Fotografía: Masanobu Takayanagi
Montaje: Jay Cassidy, Crispin Struthers
Música: Danny Elfman
Nacionalidad y año: EE.UU. - 2012, Duración: 122'
El cine de David O. Russell es de retazos, esta
calificación puede sonar estrictamente peyorativa pero no lo es. Muchas veces
los retazos son los que nos ayudan a completar un todo o a cumplir la función de
parche. Generalmente, en sus películas, las costuras entre momentos se
notan y por torpeza los intentos por unir los pedazos de sus historias carecen
de sutileza. En Tres reyes (1999) el
contexto del conflicto del Golfo Pérsico (poco fructífero para Hollywood) era
el medio para narrar como tres oficiales desertaban para ir a buscar un tesoro
pero, aquí llega el momento del hilo y la aguja, se terminan apiadando de unos
prisioneros a los que ayudan a escapar. Hay un cambio radical en los tres militares, mutan de mercenarios sin corazón a humanitarios en un tris, más por capricho que por una razón aparente.
Este director irregular es, también, capaz de
construir momentos emotivos y poco convencionales en el cine industrial. Hay un
motivo en su filmografía que es el de la discusión múltiple, en El ganador (2010) se generaba a partir de una trifulca entre el personaje de Charlene
(Amy Adams), las hermanas y la madre de Micky, su novio. Esa secuencia de
gritos, ataques, contraataques, improperios y revelaciones tenía claridad
dentro del caos porque cada palabra, respuesta y cambio en el tono de voz tenía
un sentido dramático y no un simple efecto. Una escena similar de discusión
entre múltiples personajes se da en El
lado luminoso de la vida, todos atacan a Pat (Bradley Cooper), quien parece
no tener salida, allí se suma de repente Tiffany (Jennifer Lawrence) con una
entrada sorpresiva y trifunfal. Lo que hace es torcer el rumbo narrativo,
dándole un volantazo dramático inmejorable, hay un balanceo de tensiones
erigido por los diálogos; casi rítmicos, con su tempo justo. Esta escena, en la
que participan todos los personajes importantes de la película, sin dudas es lo
mejor que hizo David O. Russell en toda su carrera.
Más allá de la escena mencionada, El lado… sufre por la desprolijidad de la primera mitad, en la que
las piezas tardan en acomodarse. Si bien la presentación de Pat (el
sobrevalorado Bradley Cooper), un treintañero
que sale de un hospital psiquiátrico luego de 8 meses, está construida por
una economía de planos y diálogos, lo que viene inmediatamente después (la
convivencia con sus padres) es gomoso. Los diálogos entre Pat y su padre
(Robert De Niro) no tienen chispa, no hay un puente que contribuya al verosímil
de una relación entre ambos. Quizás la relación que sí funciona es la que tiene
con su madre Dolores porque la actuación de Jacki Weaver se moviliza por el terreno
de la alegre ambigüedad, que tiene una madre con su hijo varón. Pat no muestra
señales de mejoría por su bipolaridad sumado a que es reacio para cumplir con
las pequeñas reglas (por ej. tomar su medicación), su madre no tiene la
convicción de que su hijo pueda superar todos sus conflictos internos pero sí
fé, esto último que no está expresado con palabras, sí lo está con gestos
acompañados de primeros planos bien insertados por Russell. La química entre
Pat y, la cuñada de su mejor amigo, Tiffany (que también sufre un trastorno
psíquico) es otro de los aspectos fallidos, porque prácticamente no existe. La
diferencia de edad entre ambos y la composición que oscila entre la exageración
y la dulzura de la joven Jennifer Lawrence contrasta con el esfuerzo de Bradley
Cooper, que no llega a ser suficiente, todo parece costarle: los movimientos de
sus manos, las expresiones faciales, el tono de los díalogos.
Hacia la segunda mitad es cuando Russell encarrilla
todas sus ideas, recurre a la comedia romántica convencional, se olvida de las enfermedades de sus protagonistas que están destinados a estar juntos o al menos intentarlo. Llegado a este punto, lo que le falta a la
película es una estrategia, algo que repite el protagonista como mantra para
superarse y es algo que no existe en lo narrativo (como ya se explicó) ni
tampoco aparece un patrón formal. Esto de patrones puede sonar a un deseo por encapsular
una obra artística pero, en el caso del film Russell, las costuras entre sus
elecciones en la puesta de cámara se evidencian, sus contrastes chocan. La
escena en la que Tiffany y Pat discuten en la puerta de un cine termina con la
llegada de un patrullero, tal llegada es mostrada con frenetismo que incluye en
una sola toma un paneo y un zoom al auto policial que frena. Esa adrenalina,
ínfima, no encaja ni suma a la tensión previa, de la misma manera en la que al
final del tercer acto la cámara se aleja violentamente de los personajes y
corta a planos en los que se ven las casas y cuartos vacíos, allí se provoca un
efecto de incongruencia. Nuevamente, los retazos, aquí sí negativamente,
visualmente es tosco. Es llamativo porque los movimientos de cámara, en la
escena mencionada de la discusión múltiple, hay armonía y dichos movimientos no
se notan, el hilo y la aguja aparecen invisiblemente. Irónicamente lo único que
termina funcionando en El lado... es
su costado convencional y arquetípico, a contramano del abanico formal del que
el director hace gala, que lo resigna a ser un cineasta de momentos.
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