domingo, 24 de febrero de 2013

Cine - Crítica

Tarantineada
por José Tripodero


Django sin cadenas (Django Unchained)


Dirección y Guión: Quentin Tarantino
Intérpretes: Jamie Foxx, Christoph Waltz, Kerry Washington y Samuel L. Jackson
Fotografía: Robert Richardson
Montaje: Fred Raskin
Nacionalidad y año: EE.UU. - 2012, Duración: 165'

Era de esperarse que en algún momento Tarantino hiciera de una vez por todas un spaghetti western, género del cual muchas películas fueron objeto de referencia en su filmografía, por ejemplo en Escape Salvaje (1993), película dirigida por Tony Scott pero con un guión suyo en la que se menciona a El bueno, el malo y el feo como “lo mejor que se haya hecho alguna vez”. Sin embargo, la mayor influencia de Django sin cadenas es el spaghetti western más sucio, no el de Sergio Leone sino ese que se hacía con menos presupuesto y más desparpajo. Todo este interés sobre los géneros es parte de su estrategia, que se nutre de la Historia del Cine en clave reciclaje. Es probablemente el autor cinematográfico que mejor entiende lo que significa postmodernismo, lo cual no quiere decir "robar" todo lo anterior sino, en resumidas cuentas, tomar para resignificar. Esa carga peyorativa que tiene la palabra robar, que incluye el hacerse de la obra de otro, siempre es un motivo recurrente por parte de los detractores que simplifican la capacidad de Tarantino.

Bastardos sin gloria era un film ambientado en la Segunda Guerra Mundial, con nazis y soldados estadounidenses pero no entraba en los cánones de lo bélico, no había un sólo plano de campos de batallas ni de campos de concentración. El western se olía en esa primera secuencia increíble entre el temible y sútil Coronel Landa y el pobre granjero, que terminaba con la corrida de Shosanna, en el que era probablemente el único plano con una panorámica de toda la película. Todo esto para decir que hasta aquí Tarantino había utilizado las dinámicas de los géneros como influencias, más las referencias y las intertextualidades directas, para contar otra cosa. Es decir no se valía de un blaxplotation para hacer un blaxplotation -el caso de su mejor film- Jackie Brown, aquí conocido con el pasmoso título de Triple traición, allí lo que se contaba era un romance trunco e imposible.

Django sin cadenas sí es un spaghetti western hecho y derecho; están las tabernas, los duelos, la sangre que explota en litros, las tonalidades anaranjadas y la desmesurada generalizada. Pero claro, el tema que elige Tarantino para rodear al género es polémico, ya lo era así con Bastardos sin gloria, en la que reinventaba la historia en clave de farsa. Aquí la esclavitud y el contexto previo a la Guerra Civil Norteamericana le sirven de maravillas para contar su historia, la de un esclavo liberado por un caza recompensas –ex dentista- alemán. Esta sociedad comercial comienza de la manera más fría, Django (el esclavo) es capaz de señalarle al Dr. Schultz (el caza recompensas) los hombres que busca para cobrar suculentas sumas de dinero. El tiempo hace que el discurrir de esta relación tome forma más humana. Schultz ve en Django un talento innato pero a la vez desea ayudarlo en la búsqueda de su esposa Broomhilda. Es así que surge un nuevo pacto entre ambos: en el invierno cazan humanos por dinero y luego van al rescate de la amada de Django. Aquí aparece uno de las referencias más directas al más polvoriento spaghetti western y es a Il grande silenzio de Sergio Corbucci; un film raro para el género, ya que se desarrolla casi en su totalidad durante el invierno.

En la primera mitad Tarantino aceita y le brinda solidez al dúo, al fortalecer la unión de alumno y mentor entre Django y Schultz. Las cacerías humanas son violentas, salvajes e hiperbólicas, tres características del cine tarantinesco. Es imposible no reírse en la secuencia de los ineptos precursores del Ku Kux Klan y sus máscaras. Django, un Jamie Foxx monocorde y con un rictus tenso que atemoriza, encuentra el gusto de “matar blancos por dinero". La segunda mitad es la más dialéctica, algo que también define al cine de Tarantino, y es cuando los personajes arriban al reducto Candieland, luego de rastrear el paradero de Broomhilda y haber cabalgado centenares de kilómetros. Aquí, en este punto, comienza el anticlímax porque las escenas son más habladas pero no por ello menos tensas; la ironía y el sarcasmo prevalecen, es el momento en el que todos juegan sus "personajes", precisamente lo que le enfatiza Schultz a Django: “tenés que meterte en un personaje”, como estrategia para poder doblegar a Candie (un temible terrateniente interpretado por Leonardo Di Caprio) y sacar a Broomhilda con vida de esa especie de campo de concentración.

Tarantino logra un relato desparejo que al unirse exhibe sus costuras pero lejos de ello está esa marca virulenta del "robo" o del saqueamiento a la Historia del Cine. Toma de los géneros para reciclar -eso que está ya deglutido- en una nueva historia, incluso reinventado la Historia a piacere.  Nuevamente estamos en presencia de un autor que es plenamente conciente de la actualidad y que su estrategia de ir hacia atrás en el tiempo le permiten contar sus historias en un estilo único, desbordado y exagerado. La diferencia desde Jackie Brown para este tiempo, es que Django sin cadenas es la más lineal y menos sorpresiva de sus películas, así y todo no deja de ser, sin lugar a dudas, "una de Tarantino".        
  

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