por José Tripodero
Dirección: Benh Zeitlin
Guión: Benh Zeitlin y Lucy Alibar sobre su propia obra "Juicy and Delicious"
Intérpretes: Qvenzhané Wallis, Dwight Henry, Gina Montana y Lowell Landes
Fotografía: Ben Richardson
Montaje: Crockett Doob, Affonso Goncalves
Música: Dan Rommer, Behn Zeitlin
Nacionalidad y año: EE.UU. - 2012, Duración: 102'
Esta ópera prima, de la que se habla mucho
en esta temporada de premios en Hollywood, amaga a llevarnos a un estado de realismo mágico
causado por el ímpetu de los primeros minutos, expedido por unos personajes
locales que no parecen estar actuando sino más bien mostrándose naturalmente,
sumado al color de unos fuegos artificiales que contagian frescura sin caer en
un estilo publicitario de retratar la pobreza y la miseria más cruda. Hushpuppy
(la pequeña Quvenzhané Wallis, nominada al Oscar) una niña de no más de ocho
años "vive” con su padre enfermo, ambos en las peores condiciones, cada
uno en una casa y separados por un baldío en el que hay perros, gallinas, gatos
y hasta un chancho. El lugar en el que se emplaza La niña del sur salvaje, bautizado como The Bathtub (la bañera) se halla alejado de la parte continental de
EE.UU. por un dique. Una tempestad de proporciones magnánimas acecha, por lo
que muchos deciden dejar The Bathtub
pero Hushpuppy, su padre y un puñado de residentes se quedan a cuidar este
pequeño estuario.
En una escena el padre le dice a su hija: "¿no es feo aquello?"
mientras contemplan el poder artificial representado por una torre al otro lado del dique.
Luego de la tormenta no viene la calma sino
el vagabundeo por las aguas que han tapado todo, en una improvisada lancha la
niña y su padre buscan a otros pobladores de La bañera, mientras él le da algunas lecciones (a los tumbos) para
sobrevivir. Como pies de página o capas que se insertan de manera
aleccionadora, aparece la clave fantástica y metafórica que son esos bisontes
gigantes simbólicos de un mundo que aplasta sin compasiones. Esa miseria que
podría propinarle un buen golpe sentimental a más de un espectador, es vivida
por los personajes como la identidad, lo que los hace “bestias”. Esa
pertenencia se pone de manifiesto en la maravillosa escena en la que todos
arengan a Hushpuppy para que se coma el cangrejo como “bestia” y no con un
chuchillo. La mitad metafórica restante surge cuando ella habla con su
madre (de la que desconocemos si está ausente o fallecida), cuya representación
está en una luz que parpadea en el horizonte. Luego de la devastadora noticia
de la enfermedad de su padre, la niña se sumerge literalmente en las aguas del
dique para llegar a su progenitora. El tramo del viaje a lo desconocido tiene
sus tintes mitológicos porque en una embarcación Hushpuppy junto otras cuatro niñas
de esta comunidad huérfana formada después de la tempestad, llegan a un burdel
en el medio de las aguas llamado “Elysian Fields". Ese antro representa,
como lo dice el nombre para la mitología griega, la vida después de la muerte,
hasta ese momento La niña del sur salvaje
disfruta de su libertad autoral para balancearse sin temor al rídiculo o al
verosímil al que tiene responder habitualmente Hollywood (hoy más que nunca).
Hacia el final hay una suerte de cambio de
rumbo porque el director Benh Zeitlin decide recurrir a los convencionalismos
más puros (los del Hollywood sentimentaloide) por ejemplo en ese mar de
lágrimas que cae de los ojos de la niña en primer plano o en la esperanza de "todo
pasa porque tiene que pasar y al final hay recompensa". En este aire de traición
contra la propuesta narrativa y formal, el debutante realizador nominado al Oscar saca
el partido adelante. Obtiene así el guiño del sistema, seduce al espectador
medio que puede optar entre el colorido realismo mágico - metafórico del
inicio, horrorizarse con la pobreza inimaginable del medio o alimentarse con la falsa esperanza
del final.
Trailer
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