sábado, 9 de febrero de 2013

Cine - Crítica

Waterworld
por José Tripodero

La niña del sur salvaje (Beast of the Southern Wild)

Dirección: Benh Zeitlin 
Guión: Benh Zeitlin y Lucy Alibar sobre su propia obra "Juicy and Delicious"
Intérpretes: Qvenzhané Wallis, Dwight Henry, Gina Montana y Lowell Landes
Fotografía: Ben Richardson
Montaje: Crockett Doob, Affonso Goncalves
Música: Dan Rommer, Behn Zeitlin
Nacionalidad y año: EE.UU. - 2012, Duración: 102'

Esta ópera prima, de la que se habla mucho en esta temporada de premios en Hollywood, amaga a llevarnos a un estado de realismo mágico causado por el ímpetu de los primeros minutos, expedido por unos personajes locales que no parecen estar actuando sino más bien mostrándose naturalmente, sumado al color de unos fuegos artificiales que contagian frescura sin caer en un estilo publicitario de retratar la pobreza y la miseria más cruda. Hushpuppy (la pequeña Quvenzhané Wallis, nominada al Oscar) una niña de no más de ocho años "vive” con su padre enfermo, ambos en las peores condiciones, cada uno en una casa y separados por un baldío en el que hay perros, gallinas, gatos y hasta un chancho. El lugar en el que se emplaza La niña del sur salvaje, bautizado como The Bathtub (la bañera) se halla alejado de la parte continental de EE.UU. por un dique. Una tempestad de proporciones magnánimas acecha, por lo que muchos deciden dejar The Bathtub pero Hushpuppy, su padre y un puñado de residentes se quedan a cuidar este pequeño estuario. En una escena el padre le dice a su hija: "¿no es feo aquello?" mientras contemplan el poder artificial representado por una torre al otro lado del dique.

Luego de la tormenta no viene la calma sino el vagabundeo por las aguas que han tapado todo, en una improvisada lancha la niña y su padre buscan a otros pobladores de La bañera, mientras él le da algunas lecciones (a los tumbos) para sobrevivir. Como pies de página o capas que se insertan de manera aleccionadora, aparece la clave fantástica y metafórica que son esos bisontes gigantes simbólicos de un mundo que aplasta sin compasiones. Esa miseria que podría propinarle un buen golpe sentimental a más de un espectador, es vivida por los personajes como la identidad, lo que los hace “bestias”. Esa pertenencia se pone de manifiesto en la maravillosa escena en la que todos arengan a Hushpuppy para que se coma el cangrejo como “bestia” y no con un chuchillo. La mitad metafórica restante surge cuando ella habla con su madre (de la que desconocemos si está ausente o fallecida), cuya representación está en una luz que parpadea en el horizonte. Luego de la devastadora noticia de la enfermedad de su padre, la niña se sumerge literalmente en las aguas del dique para llegar a su progenitora. El tramo del viaje a lo desconocido tiene sus tintes mitológicos porque en una embarcación Hushpuppy junto otras cuatro niñas de esta comunidad huérfana formada después de la tempestad, llegan a un burdel en el medio de las aguas llamado “Elysian Fields". Ese antro representa, como lo dice el nombre para la mitología griega, la vida después de la muerte, hasta ese momento La niña del sur salvaje disfruta de su libertad autoral para balancearse sin temor al rídiculo o al verosímil al que tiene responder habitualmente Hollywood (hoy más que nunca).

Hacia el final hay una suerte de cambio de rumbo porque el director Benh Zeitlin decide recurrir a los convencionalismos más puros (los del Hollywood sentimentaloide) por ejemplo en ese mar de lágrimas que cae de los ojos de la niña en primer plano o en la esperanza de "todo pasa porque tiene que pasar y al final hay recompensa". En este aire de traición contra la propuesta narrativa y formal, el debutante realizador nominado al Oscar saca el partido adelante. Obtiene así el guiño del sistema, seduce al espectador medio que puede optar entre el colorido realismo mágico - metafórico del inicio, horrorizarse con la pobreza inimaginable del medio o alimentarse con la falsa esperanza del final.

Trailer 

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