jueves, 21 de marzo de 2013

Cine - Crítica

La pastilla (y el cine) no se mancha
por José Tripodero

Efectos colaterales (Side Effects)

Dirección: Steven Soderbergh
Guión: Scott Z. Burns
Intérpretes: Jude Law, Rooney Mara, Catherine Zeta Jones, Channing Tatum y Vinessa Shaw
Fotografía: Peter Andrews (Steven Soderbergh)
Música: Thomas Newman
Montaje: Mary Ann Bernard (Steven Soderbergh)
Nacionalidad y año: EE.UU. - 2013, Duración: 106'  

Muchos creen que Efectos colaterales es un film que denuncia a las compañías farmacológicas pero lejos de ello está la intención de Steven “prolífico” Soderbergh. Como las buenas y extraordinarias tramas pergeñadas por Alfred Hitchcock y por su mejor alumno (a veces muy rebelde) Brian De Palma, hay siempre al menos dos niveles de la historia, primero el que se ve y que es palpable en los diálogos o en las primeras acciones y el segundo es aquel que sigilosamente avanza, se cuela y brota sorpresivamente para hacerse visible.

Soderbergh, quién entiende el mecanismo de los géneros como pocos en Hollywood, acude al arquetipo y no a la góndola de pre fritos. En poco menos de 25 minutos se presentan los personajes, las acciones, parte del pasado y el primer acontecimiento; ese que marca a fuego la historia de todos los personajes principales y que no permite un retroceso posible. De nuevo, Hitchcock solía presentarnos a una víctima pero, como casi todo en su mundo, la apariencia era la perdición de sus protagonistas y aquí en Efectos colaterales le sucede eso al Dr. Banks (Jude Law). Su paciente, una joven depresiva llamada Emily (Rooney Mara), acaba de matar a su marido (recientemente salido de prisión por fraude) bajo un estado de sonambulismo como consecuencia de un nuevo psicofármaco muy efectivo que le ha recetado el buen doctor.  El Estado, quién sólo busca responsables –representado por un fiscal-  le da dos opciones al bienintencionado médico: hacerse cargo por haberle recetado las pastillas o lavarse las manos y dejar que su paciente sea enjuiciada con todas las de la ley. En este punto no sólo comienzan a verse los primeros brotes de la trama oculta sino que la presencia de otros personajes cobra importancia, como la de la ex psiquiatra de la joven (interpretada por Catherine Zeta Jones) y la de la mujer de Banks (Vinessa Shaw), ambas ilustran los extremos de lucha del protagonista.

De la misma manera que en La traición, esta historia nunca cae en la tentación de suplir con artilugios visuales las limitaciones narrativas que posee. Las apreciaciones formales de la fotografía pueden partir del estilo que el director le ha impregnado a sus films, como ser la cámara en mano prolija con ausencia de sonido ambiente pero con una base de electro soft. Aquí aparece, por ejemplo, en el plano final de la fiesta en el barco. También podría señalarse una economía visual en la puesta de cámara y que el guión de Scott Z. Burns, quien ya trabajó con el director en El (des)informante y Contagio, abusaría de las trampas y de las máscaras que se caen y que se vuelven a poner. Pero ambas apreciaciones serían erróneas. Soderbergh no escamotea en el caso del formalismo visual, sino que le da un sentido dramático a ese guión bien rizado de Burns porque las supuestas estafas al espectador pertenecen al orden de lo invisible que sale a la luz en el momento justo, igualmente aquí el público debería ser más que desprevenido para no olfatear, al menos, que hay mucho más que un asesinato y una asesina definidos.

Soderbergh es dueño de una filmografía que deambuló entre el cine vanguardista (The Girlfriend Experience) y el cine de género; dividido en versión “bien postmodernista” (Vengar la sangre, Magic Mike, Contagio, entre otras), “de conciencia” (el más cuestionado con ejemplos como Traffic y el díptico sobre el Che Guevara) y “de entretenimiento puro” (la trilogía La gran estafa). Ahora, luego de este correcto thriller que puede entenderse como "el partido homenaje", sólo queda esperar la presentación del telefilm para HBO Behind the Candelabra, la polémica biopic sobre el pianista Liberace, para ver su último esfuerzo por seguir el tranco de una industria, antes de su anunciado (y ahora sí) retiro de la dirección cinematográfica.

  



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