por José Tripodero
Dirección: Sam Raimi
Guión: Mitchel Kaptner, David Lindsey-Abaire sobre la novela "El mago de Oz" de L. Frank Baum
Intérpretes: James Franco, Michelle Williams, Mila Kunis, Rachel Weisz y Zach Braff
Fotografía: Peter Deming
Música: Danny Elfman
Montaje: Bob Murawski
Nacionalidad y año: EE.UU. - 2013, Duración: 131'
Oz tiene un material ideal para exacerbar todos los componentes de la
maquinaria Disney, probablemente el estudio icónico del cine como espectáculo.
Sin embargo su último intento de transponer una historia fantástica de corte
clásico fue fallido, de la mano de Tim Burton con Alicia en el país de las maravillas, que se pasó de colorida y de
efectos digitales al punto de empalagar la vista. Ahora, unos tres años
después, la apuesta es por una precuela de una historia igual de popular que Alicia…, aquí se combina el corte clásico de El mago de Oz con “algo” nuevo.
Cuando su
globo cae, luego de rezarle a Dios por una oportunidad, Oscar llega al color al
igual que los espectadores. Su destino es un lugar en el que se combinan verde
prados, montañas cubiertas de nieve, caballos de colores, ninfas con un cielo
pasado de technicolor. La llegada al reino de Oz no es una casualidad y Raimi
resuelve con atino de oficio los encuentros con diferentes personajes y el
desate del ovillo dramático. En primer lugar se encuentra con una bruja que no
aparenta serlo, la hoy popular Mila Kunis, y luego con un mono alado que habla,
el que será su fiel ladero. Oscar es el mago que la profecía predijo que
llegaría para salvar al reino de una malvada bruja que vive en el Bosque
Oscuro, los acontecimientos del relato darán vuelta estas afirmaciones porque
el juego de las apariencias aplica a casi todos los personajes y situaciones
importantes de la historia.
Así como el
comienzo exuda un homenaje al cine como espectáculo, la historia gira en torno
a la falsedad como una suerte de defecto pero el relato, a partir de las
situaciones bien clásicas, se encarga de redimir porque el cine es ante todo la
construcción de un artilugio, es la falsedad puesta en clave de show.
Raimi como narrador de oficio, recibido con esa pequeña joyita coeneana llamada Un plan simple, edifica en forma dinámica peldaño a peldaño un camino
del héroe bien del Hollywood clásico. La apelación material de su propia
filmografía como los planos antropomorfos, la presencia de Bruce Campbell o el
terror a cuenta gotas -recordemos que es un producto Disney- suman porotos a
este reflexión consciente del cine nacido como espectáculo, antes que arte. Lo
cual hace que esta superproducción, teniendo en cuenta su envergadura, sea una
rareza en términos de crítica sobre el lenguaje. Porque desde los títulos (telones
que se abren, ruedas que giran, entre otros elementos característicos de la
magia) la mirada sobre el cine primitivo reposa sobre las aproximaciones, evidenciado
en las dos escenas que tiene al zootropo de protagonista. En la primera el
pobre mago, en su tráiler de feria, pega una de las pancartas que muestran a un
elefante en movimiento, aquí el zootropo es una suerte de consuelo para él,
luego que su novia le dice que se va a casar con otro pero que espera un gesto
de él y ahí sale a relucir el héroe americano: “yo no quiero ser un buen hombre,
quiero ser uno grande”, le dice Oscar. En la segunda, el zootropo se resignifica
porque es llevado al extremo, no hay una negación o un consuelo de aquello que define su identidad como ser sino
más bien una potenciación de los materiales, de los recursos y de una filosofía
de vida. Oz es una oda al cine
majestuoso, al poder del escenario imaginado y puesto en marcha dado por las
materialidades del lenguaje... tan simple y tan complejo a la vez.
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