lunes, 10 de junio de 2013

Cine - Crítica

McClane en estado comatoso
por José Tripodero

Duro de matar: Un buen día para morir (A Good Day to Die Hard)

Dirección: John Moore
Guión: Skip Woods
Fotografía: Jonathan Sela
Montaje: Dan Zimmerman
Música: Marco Beltrami
Intérpretes: Bruce Willis, Jay Courtney, Sebastian Koch, Yuliya Snigir, Rasha Bukvic 
Nacionalidad y año: EE.UU. - 2013 Duración: 98' 

Duro de matar, que proyectó a Bruce Willis como una estrella a nivel planetario, se convirtió en una tetralogía casi a la fuerza de los tiempos que corren en el Hollywood más contemporáneo, ese que rasca de sus arcones y recientes éxitos nuevas versiones o simplemente prolongaciones de historias que debieron acabar ya hace tiempo. Duro de matar, sin embargo, tiene un personaje que gracias a la frescura de su superestrella mantiene encendida la llama de nuevas peripecias, al punto que hay muchos fanáticos en diferentes foros sobre el tema con premisas brillantes o al menos mejor que las que se convierten en guión cinematográfico últimamente. Incluso videojuegos fallidos como Die Hard: Viva Las Vegas enunciaban historias propias de la saga y, además, la posibilidad de desarrollar un universo sobre un personaje serial al estilo historieta. Bueno, John Moore (director patán si los hay en la industria de hoy) no tenía entre manos un concepto interesante para hacer una quinta parte pero si la posibilidad de estirar las aventuras de nuestro héroe con dignidad y entretenimiento.


La idea de trasladar a McClane a Europa -y más precisamente a Rusia- forma parte del ABC del manual para el guionista vago de Hollywood, que pone a un protagonista a recorrer nuevos rumbos en tierras ajenas a su idiosincrasia y con ello una materia enunciativa que abarca lo político, cultural y social en un orden bien elemental. Superada esta imposición, lo que se espera es un personaje que mantenga la chispa con one liners efectivos, marca McClane y un puñado de escenas de acción lúdicas de la vieja escuela. No sólo no sucede nada de esto, sino que ya no es el de antes (el de las primeras tres películas). El ejemplo más claro está en la escena en la que le roba el auto a un civil ruso en el medio de una autopista para continuar una persecución, el policía tosco de Nueva York a lo único que puede recurrir hoy en el 2013 es a darle un cachetazo y decirle: “no entiendo lo que decís”. Una escena similar en Duro de matar: La venganza apelaba al humor, cuando el mismo personaje se hacía de un BMW dejando al propietario en el medio de la nada. De la misma manera, a los golpes, el director tiene que tapar con escenas de acción de caos absoluto los cráteres narrativos; pavadas como mezclar un robo de armas con Chernóbil o tonteras como McClane refiriéndose a lo mal que fue como padre mientras su hijo lo escucha escondido como si se tratara de un culebrón mexicano. McClane Jr. es un agente de la CIA y el ladero actual, razón por la que McClane Sr. llega a Rusia para hallarlo y regresarlo a Estados Unidos. Podríamos enumerar muchos elementos más que se han disipado en las últimas dos entregas de esta saga, como el villano que no tiene profundidad dramática al punto de no tener ni nombre o del protagonista que ya no tiene que defender a su familia sino a… ¿quién? Nadie sabe, sólo sigue a su hijo en una cruzada contra unos mercenarios.


Hacia el final llega la súper escena de acción, supuestamente guardada bajo la manga, que dejará a más de uno boquiabierto y pensando si no la dirigió Michael Bay con su pomposidad habitual de destruir todo y mostrar como los personajes atraviesan superficies, pisos, techos, vidrios, maderas, fuego, agua y cualquier cosa se les ponga en el camino. Un buen día para morir está signada por la época actual, la que prefiere volar las cosas por el aire por el simple hecho de poder hacerlo. Y para colmo Bruce Willis no sólo no tiene el sarcasmo ni la vitalidad que les supo imprimir hasta la tercera parte de las películas de John McClane sino que además ya ha perdido por completo esos pequeños detalles que le otorgaban una identidad particular: el corte de pelo, la musculosa blanca y la rudeza de matar villanos con su inteligencia antes que con ametralladoras ultramodernas y automáticas. Para ver una continuación digna de Duro de matar remitirse a la brillante 16 calles de Richard Donner (protagonizada por el propio Willis), film que podría haberse desarrollado como un devenir de McClane, en un orden más realista, divertido y leal en comparación a los dos últimos desastres caóticos que lo tuvieron como protagonista. 

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