sábado, 23 de noviembre de 2013

Cine - Crítica

Fragmentos de un tejido
por José Tripodero

Vidrios 

Dirección: Fernando Luis Tachella, Ignacio Bollini
Guión: Fernado Segal 
Fotografía: Santiago Tróccoli
Montaje: Daniel Kim
Intérpretes: Juan Barberini, María Canale, Ailín Salas, Julián Kartun, Julia Martínez Rubio
Nacionalidad y año: Argentina, 2013 Duración: 94'

Quizás a más de uno se le venga a la mente, mientras ve este film llamado Vidrios, cualquier otro que también se divida en episodios y en el que los personajes se muevan alrededor de un eje. Uno de esos ejemplos puede ser Café y cigarrillos, ese proyecto en blanco y negro de Jim Jarmusch, en el cual todos parecían estar divirtiéndose mientras… tomaban café y fumaban, por supuesto. En Vidrios, de los directores Tachella y Bollini, casi todos los personajes parecen obligados a mantenerse estoicos, lo que podría llevar a pensar que ese es el rasgo que comparten todos los segmentos. Es un desafío mantener la atención direccionada en el diálogo -que en esta clase de películas opera como motor de las historias- porque la mayoría son intrascendentes. Y el problema no es la intrascendencia o la apariencia catalítica que le aportan a las escenas -que es en lo que definitivamente son todas las historias de Vidrios: escenas sueltas, como arrancadas de una narración más extensa- sino la pose transparente de la formalidad de lo que se dice, todo el tiempo se siente un cartel que expresa: “esto es intrascendente pero de tan intrascendente es trascendente”. El aliento de esta idea ya se impone desde los primeros dos minutos, en esa charla abúlica de los dos amigos y el whisky a un costado.


Sólo un par de episodios logran aislarse del resto, y es porque en uno de ellos aparece Ailin Salas con toda su luminosidad, a pesar de estar en una habitación herméticamente cerrada como casi todos los episodios, abre la escena cantando en francés. Podría haber terminado en eso, en el fin de la canción y en una mirada con su partener, que toca la guitarra, pero no, nuevamente nos enfrentamos a los diálogos teatrales, a los gritos repentinos y a las falsas progresiones dramáticas. El otro momento rescatable es el del bonsái, y nuevamente los actores son los responsables de sortear el tedio de los diálogos, a partir de sus recursos: gestos, silencios y miradas, es decir cosas que no están en el guión. Allí, en “Bonsái” por llamar de alguna manera a esta parte de la película ya que no hay paratextos más que los títulos de apertura y cierre, se percibe una tensión sexual que se va apagando lentamente y que dura un puñado de minutos, lamentablemente hay otros episodios que tienen un metraje idéntico o más extenso pero su peso, en capital tedioso, se sufre.


Diferencias. En Café y cigarrillos el punto en común era muy simple, tan simple que podía aparecer materialmente en todos los segmentos –por no decir que ya aparece en el título-, no precisaba de nada más para poner a dos o más personajes en una escena. Vidrios, en cambio, pretende establecer una conexión a partir de una costura invisible (la idea de que todo puede estallar de la nada) pero como esas viejas chismosas, no puede aguantarse el secreto, incluso hasta cuando hacen todo un esfuerzo por sellar sus labios, uno puede denotar sus intenciones o al menos que guardan algo. Así es Vidrios, una película ambiciosa, en el peor de los sentidos, y que además quiere ocultar –no muy bien- aquello que se muere por mostrar.  

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