Fragmentos
de un tejido
por José Tripodero
por José Tripodero
Dirección: Fernando Luis Tachella, Ignacio Bollini
Guión: Fernado Segal
Fotografía: Santiago Tróccoli
Montaje: Daniel Kim
Intérpretes: Juan Barberini, María Canale, Ailín Salas, Julián Kartun, Julia Martínez Rubio
Nacionalidad y año: Argentina, 2013 Duración: 94'
Quizás a más de uno se le
venga a la mente, mientras ve este film llamado Vidrios, cualquier otro que también se divida en episodios y en el
que los personajes se muevan alrededor de un eje. Uno de esos ejemplos puede
ser Café y cigarrillos, ese proyecto
en blanco y negro de Jim Jarmusch, en el cual todos parecían estar
divirtiéndose mientras… tomaban café y fumaban, por supuesto. En Vidrios, de los directores Tachella y
Bollini, casi todos los personajes parecen obligados a mantenerse estoicos, lo
que podría llevar a pensar que ese es el rasgo que comparten todos los
segmentos. Es un desafío mantener la atención direccionada en el diálogo -que
en esta clase de películas opera como motor de las historias- porque la mayoría
son intrascendentes. Y el problema no es la intrascendencia o la apariencia
catalítica que le aportan a las escenas -que es en lo que definitivamente son
todas las historias de Vidrios:
escenas sueltas, como arrancadas de una narración más extensa- sino la pose
transparente de la formalidad de lo que se dice, todo el tiempo se siente un
cartel que expresa: “esto es intrascendente pero de tan intrascendente es
trascendente”. El aliento de esta idea ya se impone desde los primeros dos
minutos, en esa charla abúlica de los dos amigos y el whisky a un costado.
Sólo un par de episodios
logran aislarse del resto, y es porque en uno de ellos aparece Ailin Salas con
toda su luminosidad, a pesar de estar en una habitación herméticamente cerrada
como casi todos los episodios, abre la escena cantando en francés. Podría haber
terminado en eso, en el fin de la canción y en una mirada con su partener, que
toca la guitarra, pero no, nuevamente nos enfrentamos a los diálogos teatrales,
a los gritos repentinos y a las falsas progresiones dramáticas. El otro momento
rescatable es el del bonsái, y nuevamente los actores son los responsables de
sortear el tedio de los diálogos, a partir de sus recursos: gestos, silencios y
miradas, es decir cosas que no están en el guión. Allí, en “Bonsái” por llamar
de alguna manera a esta parte de la película ya que no hay paratextos más que
los títulos de apertura y cierre, se percibe una tensión sexual que se va apagando
lentamente y que dura un puñado de minutos, lamentablemente hay otros episodios
que tienen un metraje idéntico o más extenso pero su peso, en capital tedioso,
se sufre.
Diferencias. En Café y cigarrillos el punto en común
era muy simple, tan simple que podía aparecer materialmente en todos los
segmentos –por no decir que ya aparece en el título-, no precisaba de nada más
para poner a dos o más personajes en una escena. Vidrios, en cambio, pretende establecer una conexión a partir de
una costura invisible (la idea de que todo puede estallar de la nada) pero como
esas viejas chismosas, no puede aguantarse el secreto, incluso hasta cuando
hacen todo un esfuerzo por sellar sus labios, uno puede denotar sus intenciones
o al menos que guardan algo. Así es Vidrios,
una película ambiciosa, en el peor de los sentidos, y que además quiere ocultar
–no muy bien- aquello que se muere por mostrar.
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