Réimon (Argentina, 2014) de Rodrigo Moreno. Competencia Argentina
Rodrigo Moreno decide empezar su película con
una serie de placas que indican datos duros de la realización de este film: presupuesto,
cantidad de jornadas de filmación, horas hombres empleadas en las diferentes
etapas, etc. Este comienzo atípico tiene su razón de ser en la tesis que
plantea Moreno sobre el hombre o mujer que representa al escalafón más bajo,
emplazado en el mundo moderno laboral. Ramona (para el patrón de clase alta) o
Réimon (para los progres de clase media alta) se levanta de madrugada en su
casa del sur del conurbano bonaerense para llegar temprano a sus trabajos,
donde se desempeña como mucama por horas. El comienzo parece enfrascarse en la
observación de su vida cotidiana pero con el correr de los minutos, esa
cotidianeidad se desplaza hacia el acompañamiento que hace la cámara de Moreno
al personaje en su rutina. En el departamento de clase alta, Réimon es de
alguna manera libre, nunca se ve al dueño, tan sólo la vivienda vacía y el
dinero con una nota de indicaciones. Mientras que en el otro departamento, una
pareja de estudiantes de clase media alta, leen largos fragmentos de “El
Capital” de Marx, lo que resulta una ironía amarga pero que se diluye por el
subrayado excesivo, en especial en la segunda lectura, la cual se hace con un
personaje de frente a cámara y que termina con una mirada fija, que busca
interpelar al espectador, como si de alguna manera se le exigiera intervenir o
al menos pensar concienzudamente esta desigualdad y desarticulación entre el
trabajo, el ocio y la justicia social que persiste aún hoy, unos casi dos
siglos y medio después de la publicación de este tratado. Los planos cortos de
Reimón acomodando los libros, los discos compactos y la notebook mientras pasa
un lustra muebles tiene más fuerza irónica que la lectura neutra en voz alta de
“El Capital”, sin mencionar la sutileza de los dos momentos en los que suena,
en forma diegetica, dos piezas de música clásica sopesadas por la contemplación
de un personaje casi invisible.
Upstream
Color (Estados Unidos, 2013) de Shane Carruth. Vanguardia y Género
La segunda película de Shane Carruth se mantiene
en la línea de la ciencia ficción seria y ultra críptica, para nada amable con
un público, incluyendo a uno que es adepto a la experimentación y a la vanguardia
(el caso del espectador baficero, por
ejemplo). El enrarecimiento, sin embargo no viene de un entramado visual sino
de una narración confusa, que por momento se aferra al carril más génerico,
especialmente al unir a los dos personajes principales en un modo azaroso, como
si fuera una comedia romántica. También lo raro proviene de una reverberación tonal
del cine de Terrence Malick por ser algo solemne en sus rasgos enunciativos,
esos que metaforizan exageradamente los temas, empalagando la vista y los oídos
por igual. No conviene adelantar sobre qué se metaforiza ni mucho menos indicar
que es lo que se sustituye por otra cosa, tema, cuestión, etc y no es
precisamente porque se devele una secreto escondido, sino que probablemente el
único impedimento para abandonar una sala chorreada de solemnidad, subrayados y
notas estridentes (provenientes de una música insoportable) sea el de encontrarse
con una explicación a los interrogantes planteados. Aunque, la única pregunta
que cualquiera podría llegar a hacerse al terminar la proyección de Upstream Color es si a Shane Carruth
alguna vez “le llegará su San Martin”. Guiño, guiño.
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