Duelo al sol
por José Tripodero
Dirección, Guión: Pablo Fendrik
Fotografía: Julián Azpeteguia
Montaje: Leandro Aste
Intérpretes: Gael García Bernal, Alice Braga, Claudio Tolcachir, Jorge Sesán, Julián Tello
Nacionalidad y año: Argentina, México, Brasil, Francia, EE.UU. - 2014 Duración: 110'
El western, el género por antonomasia,
siempre tiene algo que decir. Sea en clave directa bajo la estructuración de
todos sus rasgos o la parodia, de la cual se pueden desprender al menos dos
tipos: aquellos que respetan la esencia y los que se posan sobre un falso
umbral de superiodad, el caso de Seth MacFarland. El Ardor, opus tres de Pablo Fendrik, viene a buscar un lugar en la
columna de los westerns más clásicos, aunque sin atarse a gran parte de los elementos característicos
del género. El protagonista es un hombre misterioso (y hasta místico) que llega
del medio del monte misionero hasta la ubicación de un rancho, asediado por
unos bandidos que pretenden apropiárselo con fines comerciales relacionados con
la tala y el avance industrial acechante sobre paisajes naturales. La primera
de las conexiones con El Jinete Pálido
(1985) de Clint Eastwood se evidencia en esta llegada de un personaje que
bordea lo metafísico y en la defensa de la tierra, un motivo de varios
ejemplares del género madre de todos.
Bajo una estructura clásica narrativa de
situaciones y acontecimientos, El Ardor maneja
los tiempos internos sin temerle a la sensación de pesadez en el estiramiento
(necesario) de sus escenas ni tampoco a la escasez de diálogos, que se
transforma en una de las cualidades de los personajes de Gael García Bernal y
de Claudio Tolcachir (un villano de antología), protagonista y antagonista
respectivamente. En el primero está ese misticismo
mencionado, el cual robustece las acciones, mientras que en el villano –actante
piramidal del género- hay un tono monocorde; constructor de una malicia
subliminal. La tensión entre buenos y malos, siempre tiene matices y es allí
que radica la belleza particular de aquellos films que deciden alterar, al
menos levemente, el curso de los mandatos genéricos. En El Ardor se halla tal condición en la presencia más cercana para el
público latinoamericano de un escenario hostil porque la selva misionera surge
como amenaza (para los villanos) pero a la vez como un lugar imperioso de ser
preservado (para los buenos), aunque lo interesante que se desprende de la
historia es como ninguno tiene el derecho de posesión sobre el entorno natural.
Luego de su ópera prima, la epidérmica El Asaltante y del archipiélago de
personajes desgarrador en la brutal La
Sangre Brota, Fendrik expande su poder como cineasta en esta producción
internacional, en busca de una masividad imperante para su cine que no se
define por el género más puro ni tampoco por el camino tomado por muchos de sus
contemporáneos, en la era post Nuevo Cine Argentino. Su tercera película es
independiente porque mientras sus predecesoras funcionaron de manera simbiótica
(la demora en la realización de la segunda permitió que se hiciera la primera
como un ejercicio casi guerrillero en las formas de filmar) aquí el salto de
calidad no solo está en el manejo de recursos inéditos en su filmografía por la
co-producción internacional sino también en la audacia de trabajar bajo los
cánones del western, en un intento por acercarse a un público masivo, del cual
una gran proporción seguramente hará el camino inverso y rastreará sus películas
anteriores. En el cine de Pablo Fendrik hallamos esa simbiosis entre el género
–bastardeado aún más durante este 2014- y la identidad autoral que siempre
parece pender de un hilo por no hallar alguna cobija en el circuito comercial;
probablemente él sea la respuesta a quién puede ocupar el lugar dejado
trágicamente por Fabián Bielinsky. El
Ardor es, sin dudas, el despertar de una nueva etapa en el cine nacional.
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